Los gobernantes son el reflejo de la sociedad. No son ángeles santos que han bajado del cielo para sacar las castañas del fuego a las naciones. Son personas salidas de la masa social y, por lo tanto, con las características buenas o malas propio de una humanidad caída en pecado, lo cual ha desfigurado la imagen y semejanza de Dios en que fue creada. Los vestigios que le quedan de la semejanza de Dios hacen del hombre un ser moral capacitado para distinguir el bien del mal. Dicho conocimiento le impide decidirse totalmente por el bien debido al pecado que hay en su alma.
A medida que desaparece hacer el bien para reemplazarlo por el mal, va perdiéndose la capacidad de enrojecerse. A este estado la Biblia lo denomina “tener un corazón de piedra” que hace que se insensibilice al comportamiento inmoral. Se encuentra a gusto haciendo el mal. Debido a ello se va hundiendo más profundamente en el abismo del mal hasta llegar a cometer las fechorías que repudiamos.
Todo sigue igual hasta que se levanta la liebre. El periódico El Diari Ara es quien la ha levantado al poner al conocimiento público la llamada “licencia por edad” que permite a los funcionarios de la Generalitat de Cataluña seguir cobrando el salario completo a partir de cierta edad sin trabajar antes de llegar el día de su jubilación. Mientras las corruptelas permanezcan tapadas el intermitente rojo que debería señalarlas permanece inactivo. Cuando el delito se hace público los infractores de la ley se apresuran a pedir perdón por la falta cometida. Si no se descubre la corruptela se sigue delinquiendo y el intermitente rojo sigue desactivado.
El salmista escribe: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subo a los cielos allí estás tú, y si en el infierno hago mi estrado, he aquí allá tú estás. Si tomase las alas del alba y habitase en el extremo del mar, aun allí me guiaría tu mano, y me asirá tu diestra. Si dijese: Ciertamente las tinieblas me encubrirán, aun la noche resplandecerá a mí alrededor. Aun las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día, lo mismo te son las tinieblas que la luz” (Salmo 139: 7- 12). Este texto trata de la omnipresencia de Dios, es decir, no existe lugar por recóndito que sea en que no esté presente Dios. Incluso conoce nuestros pensamientos más secretos antes que se conviertan en obras visibles. La omnipresencia divina es la que se encarga de activar el intermitente rojo que nos alerta que cometemos a vamos a cometer algo indebido con el propósito de llevarnos al arrepentimiento para que Él pueda perdonar nuestros pecados.
El apóstol Pablo fue un hombre que encontrándose hundido en el pozo de la corrupción moral Dios le hizo parpadear el intermitente rojo que le avisaba del peligro en que se encontraba. Escribiendo a su discípulo Timoteo le dice: “Doy gracia al Dios que me fortaleció, a Criso Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio, habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador, mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en mi incredulidad” (1Timoteo 1; 12, 13).
Redargüido de pecado, el despertado se identifica con el salmista: “Feliz aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño” (Salmo 32: 1, 2). Antes de que el Espíritu Santo activase el intermitente rojo que le alertaba de su estado moral, no era consciente del significado que tenían los diversos trastornos emocionales que le hacían malvivir. Ahora, por la presencia espiritual de Jesús en él que “es la luz del mundo”, escribe: “Mientras callé se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano. Se volvió mi verdor en sequedades de verano” (vv.3, 4). Quien ha sido perdonado por la fe en el Señor Jesucristo se hace suyo el testimonio del salmista: “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis trasgresiones al Señor, y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (v. 5).
Habiendo el salmista recibido el perdón de Dios está en condiciones de contrastar su vida anterior con la presente: “Muchos dolores habrá para el impío, mas el que espera en el Señor, le rodea la misericordia” (v. 10). Cuando el salmista es consciente del perdón de Dios no desea que el gozo que siente quede escondido en su corazón. Abre sus labios para compartirlo con todo el mundo: “Alegraos en el Señor y gozaos justos, y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón” (v. 11).
Antes de la conversión a Jesús las normas morales venían impuestas desde fuera e imposibles de cumplir. Con la conversión a Jesús el Espíritu Santo las grava en el corazón. La consecuencia de que el árbol malo se haya hecho bueno es que de manera natural da el fruto que la moral exige”.
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