Ayer pudimos participar de la celebración de un magno Vía-Crucis por las calles de Málaga. Los cristianos llevamos desde siempre realizando este acto de culto, en el que se recuerdan los momentos más importantes de la Pasión de Jesús desde la Oración en el Huerto hasta el Descendimiento del Señor. Todo ello a lo largo de catorce lecturas evangélicas denominadas Estaciones. En casi todas las ciudades existe una especie de Monte Calvario en el que, de trecho en trecho, se encuentran ubicadas cruces conmemorativas en las que se coloca una placa con el número de la estación y un pequeño bajorrelieve que representa la imagen de la Estación. En todos los templos católicos también podemos encontrar las catorce estaciones en las paredes de los mismos. En la tarde de ayer, mientras presenciaba el paso de los distintas imágenes de Cristo en pequeños tronos llevados a hombros por cientos de portadores, vinieron a mi mente las terribles imágenes de los otros Vía-Crucis que están recorriendo cristos vivos en estos momentos. Recordé a esos millares de subsaharianos que ansían salir de esos montes calvarios de las vallas, las pateras y el desprecio de muchos de los “acomodados” europeos. Recordé a esos hombres y mujeres que recorren las calles con “su casa” transportada en un carro de supermercado, mientras buscan un cartón y un techo donde pasar la noche. Recordé a ese sufrido pueblo ucraniano que lleva años huyendo de una invasión tras otra desde el oeste y desde el este, en una especie de diáspora que ahora se ha convertido en una huida desesperada. Son diversos Vía Crucis ante los cuales debemos de abandonar el rol de espectadores y asumir un papel de actores, casi protagonistas, del mismo. Lo haremos en forma de cirineos de nuestro tiempo. Cuando menos acogiéndolos con agrado y apoyándolos en sus reivindicaciones y sus necesidades económicas. Mi buena noticia de hoy me la proporcionan esos muchos españoles que han entendido cual es su papel en esta situación. No han dudado en coger sus vehículos y plantarse en las fronteras ucranianas a fin de traerse para España familias completas. Animo a aquellos que puedan hacerlo, a que se acojan, por lo menos, a los niños que lo necesiten. En mi familia tuvimos la experiencia de la llegada de una adolescente de Chernóbil –cuando la catástrofe nuclear-, que nos marcó y resultó muy enriquecedora. Me parece una noticia extraordinaria la reacción de Caritas ante el último salto de Melilla y la guerra de Ucrania. Inmediatamente han puesto en marcha sus recursos y una petición extraordinaria a todos los creyentes o no. Veneremos a las imágenes de Jesús en su Pasión. Pero no perdamos de vista a los cristos vivos que nos rodean.
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