Los datos de contratación laboral y paro registrado que se acaban de publicar son muy buenos, aunque no será de extrañar que la derecha le ponga pegas en las próximas horas, pues nunca nada le parece bien si es resultado de un gobierno progresista. El paro registrado es el más bajo desde 2008; se ha firmado la mayor cifra de contratos indefinidos desde 2001 (700.000), con una proporción sobre el total casi cinco veces mayor que la de antes de la reforma laboral; y por primera vez se superan los 20 millones de contratos.
Estos buenos registros no son el resultado de una sola circunstancia. Sin duda, ha influido la reforma laboral del gobierno que tanto se había criticado. Pero también su gestión de la pandemia que evitó el derrumbe de miles de empresas gracias a la protección de los ERTES y de las ayudas de todo tipo que se recibieron. Ha debido ayudar la política fiscal que ha permitido aumentar los ingresos sin suponer una excesiva carga para la actividad productiva; y no se puede negar el efecto positivo del cambio de orientación en la Unión Europea, al poner en marcha políticas más realistas y menos equivocadas que en la anterior crisis financiera. Y, por supuesto, me parece que debe haber sido decisivo el nuevo clima de diálogo, negociación y acuerdos sociales que está logrando establecer el gobierno de Pedro Sánchez con la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, encargada del asunto.
El buen funcionamiento del mercado de trabajo está demostrando, una vez más, que las tesis liberales no son ciertas, pues se está creando empleo sin necesidad de producir la exagerada devaluación salarial de otras etapas.
Por el contrario, es gracias al mantenimiento de la demanda, garantizado por las política fiscal y de empleo, lo que está proporcionando ingresos que se convierten en ventas y beneficios para las empresas y, en consecuencia, en más inversión y puestos de trabajo. La cúpula empresarial debería tomar nota de la realidad y el gobierno no debe bajar la guardia y seguir protegiendo al máximo la actividad productiva, desoyendo a quienes solo buscan obtener beneficios extraordinarios por la vía del recorte salarial que, en realidad, perjudica al conjunto del empresariado.
Ahora bien, las buenas noticias en materia de empleo no deben ocultar que nuestra economía sigue en zona de riesgo como consecuencia de peligros que, a mi juicio, provienen de cuatro frentes. En primer lugar, del energético. Aunque se han dado pasos positivos en Bruselas, el oligopolio eléctrico no ha parado y está consiguiendo bloquear parte de su efecto benéfico.
Los altos precios de la energía como consecuencia del mal funcionamiento del mercado están suponiendo un lastre sin parangón para la recuperación económica, así que el gobierno debe redoblar su esfuerzo, no solo regulatorio, sino político y social, para doblegar a quienes, a base de acumular una influencia política brutal desde sus posiciones de privilegio en el mercado, se han convertido en un verdadero cáncer para la economía española.
El segundo peligro proviene de algo que no se termina de reconocer porque las instituciones internacionales no saben cómo hacerle frente. Me refiero a la crisis de oferta que va a seguir provocando bloqueos en los suministros durante mucho tiempo y, como consecuencia, una profunda reestructuración de la industria global.
El gobierno debería abordar el diseño y puesta en marcha de una estrategia nacional de reindustrialización que tenga efectos a corto plazo. Si se hace rápidamente, con acuerdos de Estado y acierto, España tendrá ante sí una oportunidad única; si, por el contrario, perdemos el tren vamos a entrar sin remedio en una etapa de empobrecimiento acelerado.
El tercer peligro proviene de la deuda que estamos acumulando, tanto por su magnitud como por la previsible subida de tipos de interés que el brazo tonto de la política monetaria va a imponer en los próximos tiempos. Es igualmente urgente disponer de una estrategia nacional que impida que nos impacte de lleno una crisis de deuda en el momento menos pensado.
El último peligro no es menos importante y proviene de la fragmentación social que se está produciendo en España, de la insolidaridad de los grupos de poder económico y financiero y de la maldad de los partidos políticos que -a su servicio- generan la crispación y división que destrozan la convivencia y debilita las instituciones democráticas.
Como dijo el profesor Fuentes Quintana en su célebre alocución a los españoles en julio de 1977, «las soluciones de los problemas económicos nunca son económicas sino políticas. No hay oscuras fórmulas técnicas que permitan resolver las dificultades en un clima de gabinete. Los problemas económicos de un país solo pueden superarse mediante el esfuerzo y la colaboración de todos». Menciono estas palabras porque revelan justamente aquello de lo que más carecemos en estos momentos en España y sin lo cual va a ser imposible que nuestra economía se recupere.
Si no conseguimos acuerdos nacionales para elaborar las estrategias que he mencionado y pactos de rentas para generar más equidad y poder sostener la demanda, si no se establece un nuevo clima de cooperación y diálogo y si no se frena y controla el privilegio desmesurado de los grupos de poder económico, financiero y mediático, los buenos datos de empleo que acabamos de conocer serán un espejismo que se desvanecerá enseguida.
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