Gracias, Lucrecia y Manuel, mis dulces progenitores, por vuestros años mejores, plenos de amor, hecho miel. Y por dejaros la piel en sacrificios sin cuento, para darme el instrumento con que ganarme la vida; siempre la mano tendida en plena calma, y con viento.
Pensando en la inmensidad, con su misterio entrañable, vuestro recuerdo imborrable me trae gran felicidad. Os veo en la Eternidad, el uno del otro en pos, y, protegiendo a los dos, por los celestiales predios, la Virgen de los Remedios que, gozosa, os lleva a Dios.
Hoy os rindo mi homenaje de recuerdo y oración, y deseo de corazón imitar vuestro coraje. El práctico carruaje que me hicisteis construir, me ha servido para unir, con amor a mi familia y estar en dulce vigilia por un honesto vivir.
Quisiera que esta emoción, expresada torpemente, fuera el oportuno puente para una petición: Y es que vuestra comunión con el Padre Celestial, nos lleve hasta el manantial de agua transparente y pura, que nace de la dulzura de Dios, el Rey Eternal.
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