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​Atisbos desde la atalaya

El delirio comienza a adueñarse de una sociedad permisiva
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 3 de junio de 2022, 11:38 h (CET)

En una secuencia natural, es un hecho el contraste de los impulsos personales cuando se ponen en relación con los rumbos esparcidos por el mundo. La alusión a un sinfín de raíces comunes no simplifica el asunto. Las energías foráneas no anulan el rescoldo interior, pero desde ese foco interno topamos con la severa impotencia para modificar el ámbito general. Las DISCORDANCIAS son incesantes, con rasgos divergentes, dirigidos a una reclusión cegadora o bien hacia una apertura disgregadora; el deslizamiento en un sentido u otro nos destroza. No obstante, son a la vez estimulantes, abriendo una serie de horizontes fascinantes para el ensamblaje de todas las posibilidades, sin exclusiones impertinentes.


Porque no se trata de eliminar los contrastes, podemos pensar que no sería conveniente, pero además es imposible. A la hora de comportarnos surgen impedimentos naturales y aristas con las demás personas. Los ambientes actuales con sus tecnologías posibilitan la eliminación de muchos obstáculos, pero en las relaciones individuales y colectivas, favorecen el distanciamiento. Las impresiones se multiplican mientras se mantienen alejadas las características personales. Se echa de menos el reconocimiento de la FISONOMÍA tan expresiva y peculiar con su riqueza gestual, portadora de huellas significativas e incluso de estigmas; como un buen vehículo de la comunicación directa.


Las pequeñeces se acumulan, son más fáciles de manejar y forman asociaciones en torno a la ligereza ambiental. Mengua la singularidad e incluso llega a desaparecer de la escena desfigurada por la profusión de datos. Es indudable, se genera un alboroto estruendoso con toques esporádicos de estremecimiento; aunque aquel desprecio por el resto de la carga personal constitutiva aboca a unos finales frustrantes por falta de contenido. El trenzado VIBRANTE de la presencia auténtica del sujeto humano cuesta de distinguir en ese fárrago, se deslizan figuras un tanto amorfas o por lo menos anómicas. Y eso no es baladí, lo notamos en las enormes repercusiones sobre la vida personal y comunitaria.


No es el caos, no; es la sencillez de nuestra intendencia la que sobresale. En recursos, porque no dan para más, y en lo referente a su gestión, estamos cercados por las incógnitas. Sobre dicha precariedad planean las ínfulas con las pretensiones desbocadas. Ese desfase es posible y real, hemos de cargar con sus efectos, pero no dejan de ser chistosos y penosos a la vez, por cuanto dejamos de lado las actitudes con mayor adaptación a la realidad. Como unos elementos engreídos, saltamos a la palestra con escasa humildad. Siempre a la espera de ese Godot, llámese Dios, energía o vaya usted a saber. Mientras tanto no pechamos con la responsabilidad pertinente y actuamos, eso sí:


DELIRANTES


Acertaron los auríspices,

Aunque sonaba a extraño.

Era verosímil.


Por la derecha o por la izquierda

La pequeñez se agranda.

Era verosímil.


La bruticie vestía de lujo

En cualquier latitud.

Era verosímil


En la pantalla vestían,

Mientras por dentro sentían.

Era verosímil.


Quienes más, deliraban;

Quienes menos, penaban.

Era verosímil.


No se sabe de donde sale el corcel,

Ni como maneja el artista el pincel;

Porque el más notable permanece infiel,

Y se atrofia el sentido con la hiel.


Pudiéramos comentar al respecto, nadie sabe donde va, aunque todos dibujan senderos autoritarios. Digo bien eso de dibujan, porque aplicarse en ese tránsito ya abunda menos. Comienzan con los anhelos espontáneos, sin tiempo para asentarse sobre bases consistentes; en vez de buscarlas, pasan a negarlas en una huida hacia delante de consecuencias imprevistas. Una vez lanzados, el ritmo es vertiginoso y el único alimento las redes o las pantallas en un muestrario fugaz, para continuar en busca de futuras novedades. Con esas condiciones se configuran los pelotones de FUGADOS, desde un origen impreciso y sin tener claros los objetivos. No se trata ya de un laberinto, sino de una estampida irregular poco gratificante.


Desde la atalaya se atisba mejor la sinrazón. De aquella manera, debido a la imposibilidad de quedar al margen; algo es algo, eso de percibir algunas líneas de los malentendidos. No valen las tapaderas. Unos derechos Humanos incumplidos por inmensas mayorías, ni tapaderas son. Hay dos antiguas ideas que son clave, expuestas por Kant, de indudable importancia, pero desdeñadas también. Una persona no puede ser tratada como objeto, es un fin en sí misma. La Naturaleza nos invita a centrarnos en los comportamientos buenos para todos, UNIVERSALES. Las diferencias lógicas aparecerán, pero se alejan del buen sentido si no respetan los pocos criterios básicos, lo son porque sirven a todo el mundo.


El afán por el predominio pernicioso de los particularismos viene apuntando en sentido contrario. No se trata ahora de negarlos, son naturales y evidentes, la cuestión deriva de su práctica atolondrada, dominante, progresando hacia tendencias intolerantes en la medida del poder adquirido por sus agrupaciones. El dinero, las poltronas u otras áreas, canalizan numerosas actividades polarizadas, en perjuicio de muchas gentes ajenas a esos grupos. En la práctica se configuran asociaciones SECTARIAS con sesgos de abundantes falsedades, su característica común radica en la fragmentación social, desperdigando los intentos de mantener los mencionados criterios básicos. Bajo esos talantes no encuentran su sitio ni la Ética ni la Moral.


Entre la nada y los espacios de la experiencia existen lugares intermedios, tanto en el sentido descendente como en torno a las aspiraciones. Quien más, quien menos, se forja determinadas ILUSIONES en ese recorrido, sin que nadie esté en condiciones de imponer a los demás sus apreciaciones. Apagar o encender la luz durante la marcha se ciñe a la intuición de los sucesivos caminantes, a la aplicación de sus condiciones, bajo sus propios criterios.

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Afrontando las navidades, fiestas intemporales que van más allá, desde el punto de vista religioso y  cultural, de su actual avatar cristiano, vuelvo, mucho tiempo después, a las cuevas del Castillo, en Cantabria; allí, inmortalizadas en las paredes cavernarias, me encuentro de nuevo con aquellas manos que otros humanos inmortalizaron hace decenas de miles de años. 

Me refiero a esas apreciaciones que nos deslizan hacia la experiencia sublime en los diferentes estratos de la presencia humana. Contienen el duende necesario para abstraernos de las naderías y hacernos fijar la atención con maestría, moviendo hilos indescriptibles. Funcionan con ese algo especial capaz de congregar en el mismo estrado fascinante a la emisión de un mensaje de calidad y la fina sensibilidad del receptor.

Basado en las microexpresiones faciales, sin que digas una sola palabra, está claro que la mirada lleva diferentes firmas emocionales. Las arrugas de expresión transmiten mucho más de lo que imaginas y la mayoría de las veces, quienes conviven contigo suelen decir que te conocen.

 
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