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Lo que importa no son los caudales monetarios aglutinados, sino una existencia bien asistida y mejor donada, que corrija nuestro comportamiento y regenere nuestros hábitos

Revitalizar la vida

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Es tiempo de que los corazones vivientes, en todos sus géneros, puedan florecer en comunión fraterna; ya que, únicamente la acción colectiva es la que nos revitaliza, nuestros propios equilibrios y sustentos. La cotidianeidad de movimientos, desde luego, tiene que tomar otro proceder con otro ritmo. Debe de ser más respetuosa con aquello que le rodea. Hace tiempo que la salud del planeta, tanto de los océanos como del propio suelo, ha entrado en un estado enfermizo, verdaderamente preocupante. Hay que gestionar las fuentes de otro modo. Los sistemas naturales nos los estamos cargando, tanto por tierra como por mar y aire. Pensemos que sólo tenemos un astro para la continuidad del linaje. Seamos responsables, pues. 


Indudablemente, hemos de acabar cuanto antes con esta atmósfera de contiendas destructivas e iniciar procesos de rehabilitación y renuevo, tan pronto como nos sea posible. El siempre fecundo tesoro natural, nos llama continuamente a no decaer en el propósito de donar existencia y sostenerla, bajo el influjo de los vínculos que nos hermanan y con el respeto que todos nos merecemos por igual. Con razón, se dice, que la esencia de la vida es ir hacia adelante, para devolver la dignidad a los excluidos de un sistema nefasto, corrupto a más no poder, que arrincona y no iguala, además de descuidar la protección de la naturaleza.


Se nos ha asignado vivir el camino de las andanzas, sin dar la espalda a nadie. Cada corazón que late, por minúsculo que nos parezca, forma parte de ese oleaje de subsistencia. Nos merecemos, por consiguiente, un entorno inmune. Quizás tengamos que ser más cumplidores, ya no sólo con las obligaciones de los derechos humanos, sino también con el propio viento que nos acompaña con su energía, o la masa de agua que nos limpia y aviva. Unos y otros, en corriente sumatoria y sanatorial, nos ayudan a oxigenarnos, reduciendo las marcas del calentamiento global. 


Al final, lo que importa no son los caudales monetarios aglutinados, sino una existencia bien asistida y mejor donada, que corrija nuestro comportamiento y regenere nuestros propios hábitos correctores. Por ello, hoy más que nunca, necesitamos de un espíritu solidario, universalizado y conjunto, para reparar el deterioro originado, en muchas ocasiones causado por el abuso humano. Nada se puede fortalecer, si en esa colaboración reformadora no estamos todos, cada uno desde su visión, su experiencia, sus decisiones y potenciales. La indiferencia no cabe en un orbe en el que todos pendemos de una misma raíz y dependemos de un mismo tronco. Ya nos hemos globalizado, ahora nos falta formar porción del poema y conformar la poesía interminable, de la que todos somos fracción para embellecer los vacíos.


Después de una época de endiosamiento, de acrecentar las desigualdades con un inhumano progreso, nos toca entrar en una etapa de mayor conciencia, cuando menos para aminorar luchas entre la órbita congénita y la moral, entre la realidad y el ámbito responsable. Ya no sólo necesitamos revitalizar la savia, sino también realizar cambios en nuestro estilo viviente, tanto en las fases de producción como de consumo. En la actualidad sabemos que el espacio marino produce al menos el 50% del oxígeno de nuestro planeta y que absorbe alrededor del 30% del dióxido de carbono emanado por nosotros. 


También nos consta que el cosmos cada día está más contaminado, intensificándose el envenenamiento y el declive de la biodiversidad, con el deterioro de la calidad de la vida humana y su degradación social. Ciertamente, no podíamos caer más bajo. Teníamos que haber limitado nuestro afán de poder, reconduciéndonos hacia ese espíritu armónico, lo que nos exige otra exploración y otra contemplativa más respetuosa con la propia normativa innata de la naturaleza, que es la que al fin nos embellece, injertándonos aliento. 


Sea como fuere, está visto que cualquier medio que nos circunda es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos. Retomemos, entonces, nuestro propio sentido, el de vivir y dejar vivir, con la vivencia del convivir conciliados y con la conveniencia de aunar esfuerzos. 

Revitalizar la vida

Lo que importa no son los caudales monetarios aglutinados, sino una existencia bien asistida y mejor donada, que corrija nuestro comportamiento y regenere nuestros hábitos
Víctor Corcoba
lunes, 6 de junio de 2022, 08:37 h (CET)

Es tiempo de que los corazones vivientes, en todos sus géneros, puedan florecer en comunión fraterna; ya que, únicamente la acción colectiva es la que nos revitaliza, nuestros propios equilibrios y sustentos. La cotidianeidad de movimientos, desde luego, tiene que tomar otro proceder con otro ritmo. Debe de ser más respetuosa con aquello que le rodea. Hace tiempo que la salud del planeta, tanto de los océanos como del propio suelo, ha entrado en un estado enfermizo, verdaderamente preocupante. Hay que gestionar las fuentes de otro modo. Los sistemas naturales nos los estamos cargando, tanto por tierra como por mar y aire. Pensemos que sólo tenemos un astro para la continuidad del linaje. Seamos responsables, pues. 


Indudablemente, hemos de acabar cuanto antes con esta atmósfera de contiendas destructivas e iniciar procesos de rehabilitación y renuevo, tan pronto como nos sea posible. El siempre fecundo tesoro natural, nos llama continuamente a no decaer en el propósito de donar existencia y sostenerla, bajo el influjo de los vínculos que nos hermanan y con el respeto que todos nos merecemos por igual. Con razón, se dice, que la esencia de la vida es ir hacia adelante, para devolver la dignidad a los excluidos de un sistema nefasto, corrupto a más no poder, que arrincona y no iguala, además de descuidar la protección de la naturaleza.


Se nos ha asignado vivir el camino de las andanzas, sin dar la espalda a nadie. Cada corazón que late, por minúsculo que nos parezca, forma parte de ese oleaje de subsistencia. Nos merecemos, por consiguiente, un entorno inmune. Quizás tengamos que ser más cumplidores, ya no sólo con las obligaciones de los derechos humanos, sino también con el propio viento que nos acompaña con su energía, o la masa de agua que nos limpia y aviva. Unos y otros, en corriente sumatoria y sanatorial, nos ayudan a oxigenarnos, reduciendo las marcas del calentamiento global. 


Al final, lo que importa no son los caudales monetarios aglutinados, sino una existencia bien asistida y mejor donada, que corrija nuestro comportamiento y regenere nuestros propios hábitos correctores. Por ello, hoy más que nunca, necesitamos de un espíritu solidario, universalizado y conjunto, para reparar el deterioro originado, en muchas ocasiones causado por el abuso humano. Nada se puede fortalecer, si en esa colaboración reformadora no estamos todos, cada uno desde su visión, su experiencia, sus decisiones y potenciales. La indiferencia no cabe en un orbe en el que todos pendemos de una misma raíz y dependemos de un mismo tronco. Ya nos hemos globalizado, ahora nos falta formar porción del poema y conformar la poesía interminable, de la que todos somos fracción para embellecer los vacíos.


Después de una época de endiosamiento, de acrecentar las desigualdades con un inhumano progreso, nos toca entrar en una etapa de mayor conciencia, cuando menos para aminorar luchas entre la órbita congénita y la moral, entre la realidad y el ámbito responsable. Ya no sólo necesitamos revitalizar la savia, sino también realizar cambios en nuestro estilo viviente, tanto en las fases de producción como de consumo. En la actualidad sabemos que el espacio marino produce al menos el 50% del oxígeno de nuestro planeta y que absorbe alrededor del 30% del dióxido de carbono emanado por nosotros. 


También nos consta que el cosmos cada día está más contaminado, intensificándose el envenenamiento y el declive de la biodiversidad, con el deterioro de la calidad de la vida humana y su degradación social. Ciertamente, no podíamos caer más bajo. Teníamos que haber limitado nuestro afán de poder, reconduciéndonos hacia ese espíritu armónico, lo que nos exige otra exploración y otra contemplativa más respetuosa con la propia normativa innata de la naturaleza, que es la que al fin nos embellece, injertándonos aliento. 


Sea como fuere, está visto que cualquier medio que nos circunda es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos. Retomemos, entonces, nuestro propio sentido, el de vivir y dejar vivir, con la vivencia del convivir conciliados y con la conveniencia de aunar esfuerzos. 

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