¡Qué fácil resulta para mí, en algunas ocasiones, navegar por los recuerdos! Sobre todo, por aquellos que conforman presencias rescatadas de lo más hondo de los archivos del alma. Aquellos que recrean añejas vivencias, presentándolas, ante mis cansados ojos, absortos, ante tanta magnificencia. Y ...¡ lo mejor!. Lo mejor de todos estos recuerdos retrospectivos se resume en su sencillez. Sencillez en la tierna mirada de mi madre que, sublime, radiante y llena de paz, parecía reflexionar: ¡Qué afortunada he sido por haberte dado la vida!
Sencillez en el austero y bondadoso carácter de mi padre al que nunca he dejado de agradecer algún castigo ejemplar. Sencillez en los dulces acelerones de mi corazón ante mis primeros encuentros con Josefina, mi mujer. Sencillez en mi matrimonio pleno de infinitas complacencias. Sencillez entusiasmada en cada nacimiento de mis hijas. Y mil sencilleces más, que me hacen feliz. Al degustar tanta sencillez, algunas veces me dan ganas de gritar: ¡Qué complicado está ahora el mundo!. Pero enseguida caigo en la cuenta de que la sencillez procede sólo del recuerdo de aquellas vivencias que han merecido la pena.
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