Calor sofocante, incendios que baten records en virulencia, contaminación ambiental imparable, fenómenos meteorológicos extremos, cambios en los ecosistemas, extinción de especies, migraciones y desertificación. Estos y otros sucesos, que antes se reservaban para los documentales de naturaleza y que, como mucho, ocupaban unas líneas en los diarios, son ahora los protagonistas. Abren informativos, nos asombran con la virulencia de sus imágenes y se han convertido en el nuevo y mayor de los peligros.
El cambio climático y su gran consecuencia, el calentamiento global, nos amenazan como especie, no ya en el futuro, sino en el presente, y la Organización Mundial de la Salud no sólo advierte sus consecuencias en el bienestar físico de las personas, sino también en mental. Tanto es así que, aunque, sin aun diagnóstico oficial, el miedo, la fobia y la ansiedad que provocan esta situación ya han sido detectados en las consultas de psiquiatría y psicología.
La ecoansiedad, explica desde Clínicas Origen, su directora técnica Pilar Conde, consiste en una preocupación ansiosa sobre el impacto del cambio climático en la vida de la personas, y de la futuras generaciones, así como en el ecosistema actual conocido. Esta preocupación se manifiesta en pensamientos y rumiaciones, además de una lectura compulsiva de noticias con este contenido y una obsesión por solo hablar del tema, pudiendo impactar en la funcionalidad y el bienestar emocional de las personas.
Sus síntomas característicos corresponden a las respuestas orgánicas habituales a la ansiedad, es decir, taquicardia, subida de la tensión, sensación de ahogo, dificultad para respirar… Son similares a los que produce la solastalgia, otro concepto sin diagnosis clínica el que están trabajando los expertos en salud mental. Al hablar de solastalgia nos situaríamos ante la angustia y el estrés mental causado por el deterioro del medioambiente.
Los jóvenes, los más afectados
Aunque estos temores podrían asemejarse a los vividos por los ciudadanos de todo el mundo durante la Guerra Fría bajo la amenaza nuclear, Conde matiza el símil: “Tiene cierta diferencia, dado que el ataque nuclear en la guerra fría estaba vinculado a un conflicto en el que se espera su finalización y tenía un riesgo inminente, y su consiguiente desaparición del riesgo. Y la situación del calentamiento global, se caracteriza por menor riesgo inminente general, pero se desconoce el alcance de las consecuencias irreversibles”.
Son los jóvenes, en este sentido, el sector de la población de mayor riesgo a la hora de enfrentar la depresión climática (nombre genérico con el que se engloba a este tipo de problemas) ya que van a sufrir más sus efectos. Han crecido con la preocupación por el planeta y con información detallada de los ciclos climáticos y esto les lleva, a la vez, a ser más activos en la defensa medioambiental.
A los adolescentes y jóvenes, precisamente, recuerdan desde Origen, es a quienes la pandemia más ha sorprendido y afectado. Chicos y chicas han tenido que adaptarse a la realidad de que “algo malo puede ocurrir” y de que ese algo puede cambiarte la vida.
Claves para detectar la ecoansiedad
¿Cómo saber si todo lo sucedido a nuestro alrededor en los últimos años en relación al clima nos está afectando a nivel psicológico? La psicóloga nos deja algunas claves:
- Notamos sensaciones de ansiedad y angustia en relación a noticias, eventos y realidades que tienen que ver con el cambio climático.
- No podemos controlar esas sensaciones ni los pensamientos que se derivan de ellas.
- Sentimos el impulso irrefrenable de buscar información sobre el tema.
- Nos mostramos agresivos ante comportamientos que consideramos de riesgo.
- La preocupación no nos deja vivir tranquilos; no podemos disfrutar de nuestro día a día.
Contra estas, como contra otras fobias, la vida saludable es la mejor de las recetas y por ella entendemos una higiene correcta del sueño y una alimentación balanceada, además de una vida social activa, con presencia de nuestros seres queridos. Pero, además, Pilar Conde nos deja dos consejos para evitar caer en la preocupación excesiva por el clima y sus secuelas en nuestra salud.
La primera es transformar la preocupación en algo productivo que derive en acciones pro medio ambiente, tanto en nuestra conducta diaria, como en la participación en diversas campañas, asociaciones o movimientos. Y, por último, la segunda, documentarnos desde la necesidad informativa y no desde la ansiedad. Evitar así las búsquedas masivas, los foros y los artículos de opinión y centrar la navegación en criterios científicos, a través de páginas oficiales y de divulgación.
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