Hay ciertas fechas y festividades en las cuales se percibe que algo ha cambiado, un pequeño momento en el que existe lo viejo y lo nuevo; en donde el pasado y el futuro se observan de frente; un instante en el que se dejan ciertas cosas, ciertos recuerdos atrás. Al detenernos a pensar en el mistérico resplandor del tiempo, es fácil suponer que en realidad las cosas no son así.
Las fechas que se mostraban especiales bajo el marco transitorio pierden todo límite de cambio, los nuevos momentos no se ven limitados al inicio del nuevo año como símbolo de un ciclo que se va en una sola renovación; más bien, el tiempo es en su esencia un acto que se renueva formando un presente simbólico y constante, cada día, cada segundo que nace se encuentra en sí mismo purificado… El nacimiento de su naturaleza se observa en la memoria, por ello es que un cristiano es eterno en tanto que vive en la memoria de su Dios…
Sin embargo, más allá de la reflexión temporal del tiempo, su inexistencia es aterradora a la vez que nos brinda la libertad de iniciar de nuevo en cualquier momento; aunque biológicamente podemos observar el paso del tiempo, su existencia psicológica es absurda, cada recuerdo de cada error cometido es solo un espectro que la imaginación a tinturado, una imagen sesgada de aquello que existió y fue real.
Es por todo esto por lo que fiarnos de nuestra limitada capacidad de recordar es un error; es por todo esto que esperar un día especial para escoger otro camino y cambiar es un error aún mayor. El sueño de la muerte puede hipnotizarnos en cualquier momento, razón suficiente para retomar lo que en su momento consideramos imposible, aquel hermoso sueño al que llamamos vida.
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