Eso es lo que se pretende con la nueva Ley sobre la enseñanza. Es un axioma, y como tal, no necesita explicación, que un pueblo de incultos de gobierna y domina mejor que otro en el que sus componentes tengan los conocimientos más rudimentales, no ya de una cultura superior, sino de la sabiduría más elemental para encarar la vida con los múltiples y variados problemas que diariamente nos acucian, y separar el oro de los oropeles.
Corre un dicho por algunas facultades que reza: “Fulanito entró en la Universidad, pero la Universidad no entró en él”. Hoy conocemos a bastantes personas de este tipo. Son universitarios pero no producen ningún fruto aprovechable. Se dedican a vegetar sin pena ni gloria, pero procurando hacer el mayor daño posible a la sociedad, y lucrarse lo más que pueden. Lo peor de todo es que nos gobiernan. Revolucionarios de pacotilla que preconizan la igualdad para los demás, no para ellos, y así disfrutan de magníficos sueldos y prebendas subvenidos con nuestros impuestos. Parece que hay un propósito bien diseñado y determinado para embrutecer al pueblo. Hay personajes públicos, sobre todo políticos, que se expresan de la manera más zafia e ignorante que poder pueden. No le van a la zaga los responsables de la comunicación: periodistas, locutores, etc., a pesar de haber cursado una carrera universitaria (?). Muchos regidores del pueblo no han superado las pruebas más elementales para tener ni siquiera un Graduado escolar, o haber superado la antigua EGB. Hay quien, desde muy jovencito, se afilió a las Juventudes de cualquier partido y sólo se preocupó de agradar al superior para que lo ascendiese, y, por ende, descuidó totalmente su formación, de manera que hoy es un analfabeto funcional, pero en lugar de reconocerlo y estarse calladito, se pone a pontificar, pronunciando palabras vanas e inanes sin sentido ni ilación alguna. Eso sí, embaucan al pueblo con su logorrea desbordante que atontolina a los incautos desprevenidos. Los emperadores romanos, por aquello de tener distraída a la plebe, les repartían trigo y les ofrecían inacabables espectáculos circenses. El vulgo, la chusma se sentía satisfecha y no tenían en cuenta los latrocinios, asesinatos y maldades sin cuento que ocurrían. Hoy ocurre igual. Solo se piensa en que los sentidos disfruten y gocen. Los políticos, saben bien lo que hacen y cómo adormecer al pueblo. Fomentan el hedonismo y la satisfacción efímera del momento con las bazofias de espectáculos que les brindan. Los medios de comunicación, salvo raras y honrosas excepciones,provocan tertulias y espectáculos sólo dirigidos a las partes más bajas del ser humano, los instintos primitivos. Prima el chismorreo, sacar las vergüenzas de cualquier famoso, exhibirlas a la luz pública surtiendo de bazofia al populacho que se regodea y paladea esta inmundicia con un placer que llega al éxtasis. Hay programas en ciertas cadenas de televisión que son autentica comida de espíritus bajos y zafios, que ni los mismos cerdos comerían. Tal es su grado de inmundicia. No vale que digan que esto es lo que prefiere el pueblo. La gente admite lo que se le dé, ya sea un manjar exquisito o un excremento, eso sí, bien adornado, con muchos floripondios y envuelto en papeles multicolores. Recuerdo cuando en España solo disfrutábamos de dos cadenas de televisión. Una, la que podríamos llamar general, y otra más selecta que servía magníficas obras de teatro, comedias y espectáculos para cultivar el espíritu. Ambas tenían su público. Parece que fuerzas ocultas, no creo en las conspiraciones, pero sí en la manipulación, por parte de los poderes públicos, de cualquier comunicado que haya de llegar el pueblo, pera que este se obnubile y no sepa, ni tenga criterio suficiente para separar el grano de la paja, lo verdadero de lo falso y lo noble de lo abyecto. No hay lugar para la estética ni la belleza, solo se ofrece al populacho la satisfacción momentánea y acanallada. El espíritu no se cultiva. Los valores trascendentales no tienen cabida en nuestra sociedad de palurdos con menos luces que las del día. La suciedad más ominosa reina por doquier.
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