Olió mi miedo, / lamió mi adrenalina, / cobijó mi titiriteo, / abrevó mi indefensión, / blindó mis huesos, / nutrió mis carencias, / calmó mi sed; / y todo sin decir nada, solo estando a mi lado / y yo al suyo.
Amigos. Abel Pérez Rojas.
Craso error tomar al pie de la letra –sin poner en tela de duda y reflexionar con profundidad– el significado directo de la etimología latina de homo sapiens: “hombre sabio”; también lo es, en gran medida, aceptar sin tamiz alguno otra de sus acepciones: “ser racional”.
Hay muchas bases y argumentos para sostener lo anterior, por ejemplo, que la sabiduría y la racionalidad no son cualidades que emergen inicial ni primordialmente en los seres humanos, sino solo con el paso de los años, de la formación, de la educación, de la vida en sociedad, de la introspección y de la llamada “vida consciente”.
En los primeros años de vida los seres humanos nos comportamos como gran parte del resto de los animales de nuestro planeta, es más, a pesar de la edad, muchas personas continúan comportándose como “seres irracionales”, muy lejanos del “hombre sabio” y más cercanos a la orientación peyorativa de lo que se entiende por bestia.
Sí, muchísimas personas –persona, “máscara” o “careta” por sus etimologías griega y latina– encarnan a plenitud una de las acepciones de bestia: “Que hace uso excesivo de la fuerza, la emplea sin control o comedimiento o se comporta de manera maleducada o desconsiderada con los demás” (Oxford Languages).
Bajo esta actitud de escudriñar en lo que es aceptado sin dudar en relación con la naturaleza de los seres humanos, es oportuno regresar a lecturas esclarecedoras que han insistido en el tema.
El mono desnudo (The Naked Ape. 1967), El zoológico humano (The Human Zoo. 1970), La mujer desnuda (The Naked Woman: A Study of the Female Body. 2004) y El hombre desnudo (The Naked Man: A Study of the Male Body. 2008) del zoólogo y etólogo británico Desmond Morris, son solo algunos de los estudios que han insistido para apuntalar el argumento de que al ser humano, a la par de estudiarle desde la psicología, la arqueología y la sociología, también hay que hacerlo desde la zoología.
Hace aproximadamente veinte años, caí en cuenta de dicha consideración gracias a una serie documental que coleccioné y que se vendía en formato VHS en los puestos de periódicos: El planeta viviente: un retrato de la Tierra (The Living Planet. 1984).
El planeta viviente es una excelente producción de la BBC, dirigida y comentada por el genial científico británico y uno de los más importantes divulgadores naturalistas: Sir David Frederick Attenborough.
En El planeta viviente Sir David capta el comportamiento de muchas especies de animales y los hace converger en líneas comunes: el cortejo, la reproducción, los primeros días después del nacimiento, la vida en grupo, la caza, la muerte, etc.
Sin decirlo, porque Attenborough solo se centra en los animales, el espectador tiene frente a sí una gama fílmica para percatarse que esos comportamientos captados por los documentalistas en entornos naturales, son una especie de reflejo y exhibición de conductas similares a la de los seres humanos, pero en sus hermanos los animales.
Dicho de otra manera, los seres humanos y los animales compartimos pautas, prácticas, conductas y comportamientos, pero pasan desapercibidos e invisibles, quizá por una actitud arrogante de superioridad, consideración y prejuicio hacia los primeros, que ha permeado enfoques y abordajes científicos.
La ceguera de taller o los puntos ciegos que se generan en estos temas, derivan de algo evidente que parece necio mencionarlo: quien estudia a los seres humanos y a los animales son los propios seres humanos.
Para entender, conocer y comprender al ser humano, hay que hacerlo como ha sucedido con el resto de las especies animales, a partir de la observación sin prejuicios, ni a favor ni en contra, por ello Desmond Morris sostiene que antes de considerarle homo sapiens, habría que tomarle como una especie de mono sin pelaje o “mono desnudo”, más parecido inicialmente a sus hermanos, el resto de los monos, que a los “hombres sabios”.
En ese contexto teórico y marco metodológico, mientras cursaba la maestría en Educación Permanente (2000-2001. CIPAE), desarrollé un protocolo de investigación que sostuvo: a partir de contenidos multimedia de carácter etológico –como El planeta viviente: un retrato de la vida– las personas podemos reflexionar, educar, aprender, descubrir, difundir saberes y propiciar entornos de convivencia en los ámbitos morales y éticos.
Estudiar y tomar consciencia del hermanamiento con el comportamiento animal puede tender puentes a la moral y la ética.
La investigación no avanzó por cuestiones de tiempo.
Elegí para obtener el posgrado la documentación, sistematización y teorización de un programa que coordiné dirigido a la atención a personas con atención diferenciada. Pero nunca abandoné la idea, porque en las dos más recientes décadas escribí artículos, poemas, dediqué programas radiofónicos y de televisión al tema.
Este año hicieron clic décadas de investigación y experiencia. En la persona de mi querido amigo y hermano Salvador Calva Morales aparecieron más piezas del rompecabezas.
Salvador Calva Morales, poeta, experto en educación, en salud y comportamiento de animales, en particular de especies salvajes, supo de esta línea de investigación, leyó mi protocolo y aportó su saber.
Sí, Calva Morales repasó el protocolo de tesis, lo revisó a la luz de su empecinamiento en la bondad y en el marco de la labor titánica que se ha echado a cuestas: La Colección Biblioteca Salvador Calva Morales. El nacido en Puebla bosquejó un mapa conceptual, confío en el equipo editorial detrás de su primera veintena de libros y puso manos a la obra.
Desde hace unos meses Salvador Calva prepara un primer libro en el cual de manera muy clara y sencilla, en formato de artículos independientes, pero concatenados, vincula el comportamiento de algunos animales y reflexiona comparativamente con el de los humanos.
Por ejemplo, en el primer tomo de lo que todo parece indicar será una serie dentro de la colección que lleva su nombre, Calva Morales escribe comparativamente sobre águilas, pavo reales, serpientes, ballenas, zorros, pingüinos, gatos, leones, búhos, abejas, elefantes y muchos más.
Como coeditor de la obra he tenido acceso a la obra y he quedado maravillado. Tan solo la introducción es tan provocadora como humana. Dice Salvador:
Tanta gente se molesta cuando digo que el ser humano es solo un animal más en la tierra… muchos se rehúsan a creer que somos una evolución de los simios, porque, a su parecer, no podemos compartir el ADN con criaturas no pensantes.
Yo, que he pasado toda la vida dedicado a los animales, estudiándolos, cuidando de ellos, sanándolos; puedo decirles que es todo un honor que nos incluyan en dicha clasificación.
La provocación está planteada en dos breves párrafos. Imagino la avalancha de comentarios en contra que desatará en los lectores que no compartan esta opinión, pero Salvador desarticula todo ello magistralmente:
El hombre es mucho más cruel que un animal. El hombre asesina por placer y come sin hambre.
Quien conoce la nobleza, el espíritu aguerrido, la capacidad de adaptación y los lazos familiares que se manifiestan dentro del reino animal, sabe que el ser humano tiene que aprender mucho de todas las criaturas de la tierra.
¿Alguien duda de la afirmación anterior?
El también poeta de ficción erótica es contundente: el ser humano tiene que aprender mucho de todas las criaturas de la tierra. Por si hay duda del valor didáctico de nuestros hermanos los animales, el autor acude a las raíces históricas y mitológicas para apuntalar su dicho:
Lo sabían nuestros antepasados y no dudaron en asociar el comportamiento humano con las conductas animales.
La mitología es el reflejo de cuán importantes eran los gatos, las serpientes, los jaguares, en fin, todos los animales, para nuestros ancestros. Desde centauro en la cultura griega, quien fuera mitad hombre, mitad caballo; hasta Ganesha, deidad india que tenía cabeza de elefante y cuerpo de hombre. En todos los mitos, de todas las civilizaciones antiguas, los animales tienen un papel importante.
¿Quién no fue marcado en su infancia por alguna fábula que le transmitió valores? ¿Acaso no es suficiente con ver los escudos de varios países para ver animales como símbolos de los valores nacionales? ¿Qué decir de los símbolos animales en las religiones, las artes y las tradiciones originarias?
El autor de títulos como Transpandemia, Glocalidad educativa y Caractitud se confiesa:
Mi vida no sería nada sin ellos, yo no sería yo si no pudiera estar cerca y contemplarlos.
Algo me conecta a los animales, será mi propio instinto, será, quizás, mi corazón, no lo sé, tampoco lo pienso demasiado, solo me dejo llevar por mi intuición, y algo me ha dicho siempre esa voz: mi vida es ahí, al lado de los animales.
Gracias a ellos puedo ver reflejados mis defectos y he aprendido profundas lecciones.
Salvador retoma la línea que bosquejé décadas atrás y la lleva a un nivel trascendente que conmueve: los animales son nuestros maestros y nuestros hermanos, él mismo, el autor, quien ha pasado tantísimas horas conviviendo con ellos es prueba viviente de esto. El también doctor honoris causa por The England and Wales University –curiosidades de la vida, otra vez Inglaterra y su tradición etológica con Goodall, Morris, Attenborough y muchos más.
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