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El germen de lo neurálgico

Lo importante, a pesar de tantas crueldades vertidas, es no desfallecer, aprendiendo de las enseñanzas de la historia, y trabajando por caminar juntos
Víctor Corcoba
jueves, 15 de diciembre de 2022, 09:09 h (CET)

A poco que salgamos de nuestra zona de confort y extendamos la mirada por cualquier rincón del planeta, observaremos un panorama muy inquietante, con multitud de sufrimientos verdaderamente neurálgicos; en parte, debido a esa necesidad de amor que todos necesitamos, para no caer en el desánimo. Indudablemente, cada aurora advertimos menos oportunidades para un empleo satisfactorio y digno, lo que está causando un espantoso aumento de desigualdad y pobreza como jamás. Hay, además, un claro ahogo de realizaciones que son sumamente preocupantes; no en vano, cada año, personas de todo el mundo se enfrentan a los devastadores efectos de las inútiles contiendas, enfermedades, catástrofes y cambio climático, que les obligan a emigrar; y, aunque el Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular brinda la oportunidad e imparte las ubicaciones necesarias para estar a la vanguardia de la movilidad humana, lo cierto es que prolifera por principio una cultura de rechazo, lo que imposibilita el encuentro entre civilizaciones diversas, más inmersas en la apocalipsis nuclear, que en la conjunción de corazones fusionados, por el verso de la lucidez.

 

Frente a este desbordante cúmulo de tragedias, que marcan a fuego la vida de tantos desfavorecidos, será bueno interrogarse, para centrarnos en una protección verdaderamente reintegradora, lo que conlleva otro espíritu distinto al actual, menos alarmista y más cooperante, al menos para poner fin a cualquier enfrentamiento que pueda surgir. Desde luego, el mejor auxilio para aminorar este tormento colosal del que todos podemos ser víctimas o verdugos, pasa por mejorar la ayuda humanitaria, sostener y consolidar los derechos sociales y proteger la casa común. Está visto que el origen de todos los males es la codicia. Sea como fuere, tampoco podemos continuar con esta avaricia cansina, necesitamos rejuvenecer a un consenso que nos hermane y recrearnos hacia ese ambiente de familia unida, con renovada conciencia y reverdecida voluntad, que es lo que en realidad nos abre a un orbe nuevo más justo y equitativo. Lo que no es de recibo, que haya países con elites poderosas, que se beneficien del desconsuelo ajeno y caminen tan tranquilos, con la impunidad endémica a las espaldas, a lo que hay que sumar el virus del racismo que todo lo discrimina a su antojo.

 

Tal vez para modificar este ambiente, tengamos que mejorar la confianza entre nosotros y escucharnos más. Realmente, el germen de lo neurálgico parte de esa pasividad en el hacer, a pesar de lo inquietante del momento actual. No se trata de esperar a lo que pase, sino en implicarse responsablemente en este proyecto común de vida, que todos tenemos que fraguar con visión de futuro, poniendo en el centro a las personas, con sus rostros inspirados en entendernos y sus rastros de comprensión como horizonte y siempre en guardia permanente. Por otra parte, también es evidente que la solidaridad concreta y la responsabilidad compartida, tanto a nivel de naciones como a nivel global, son indispensables. Al fin y al cabo, hay que entrar en disposición, no de angustiarse, sino de encontrar la paz consigo mismo, sin abatirnos ni destrozarnos. Bajo este contexto de enemistades, con aluvión de hechos feroces,  la adopción de la política conciliadora puede resultar esencial en medio de la creciente polarización. Lo importante, a pesar de tantas crueldades vertidas, es no desfallecer, aprendiendo de las enseñanzas de la historia, y trabajando por caminar juntos, con una mirada que acaricie y fortalezca, abriendo el corazón a la esperanza.

 

En efecto, de lo espantoso por mucha alarma que nos genere también se marcha, uniendo iniciativas y con espacios para expresarse, desde el respeto y la consideración hacia todo lo viviente, con la conciencia de que también de las crisis humanitarias se huye, cumpliendo los compromisos y admitiendo de que no hay paz sin desarrollo como tampoco desarrollo sin quietud. Ciertamente, debemos movilizar el poder transformador de los jóvenes del mundo, pero los mayores tenemos que saber que no podemos permitirnos perder más tiempo, asumiendo obligaciones más firmes y ampliando las mejores prácticas ante la multitud de desafíos complejos a los que tenemos que hacer frente, interconectados para desmontar los estereotipos que nos excluyen y dividen. Es posible, que el mejor cimiento radique en saber sustentarnos uno a otros, en un momento espinoso para toda la humanidad. Sin duda, estamos ante un periodo amargo, creciente de injusticias y con un montón de guerras en cualquier esquina del planeta, lo que debe de invitarnos a tomar otra orientación existencial, a dejar de lado el egoísmo, para poder retomar otros caminos más armónicos, que es lo que en verdad necesitamos como linaje. No repitamos, pues, la misma versión; de pensar nada más que en nosotros mismos, sin contar con los demás.

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Dejó escrito Salvador Távora sobre Andalucía que «la queja o el grito trágico de sus individuos sólo ha servido, por una premeditada canalización, para divertir a los responsables». No sé si mi interpretación es acertada, pero desde que vi por primera vez su obra maestra, Quejío, en el teatro universitario de Málaga creo que muy poco después de su estreno en 1972, el término adquirió para mí un sentido diferente al que antes tenía.

 
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