En todas las épocas campea eufórica la incertidumbre, agrandada por los engaños y apenas aliviada por los momentáneos descubrimientos; nunca han sido completos estos hallazgos. Por si no fuera suficiente, a la hora de expresarnos estamos desconcertados, no conseguimos reunir todos los matices. Incluso el habla de la gente culta, en los escritos mejor elaborados, sólo aluden a ciertos aspectos parciales; nos vemos imposibilitados para el trato con la compleja realidad. Accedemos a FRAGMENTOS de cualquiera de las entidades observadas. Dialogamos con fragmentos dispersos, planea la confusión al ponerse de manifiesto las deficiencias expresivas y se resiente el entendimiento mutuo.
Valen de poco los resúmenes orientativos para un caso concreto, los mensajes se resquebrajan a la hora de confrontarse con la experiencia dramática de las versiones particulares. En esas acciones de pronunciar nombres, precisar adjetivos, establecer definiciones; echamos mano de unas opciones, pero quizá sin apercibirnos de otro hecho, hemos desechado otros muchos, sin valorar de manera adecuada sus conexiones subyacentes. Es habitual ese comienzo DEFORMANTE para introducirnos en la comprensión de los entornos. La imprecisión consiguiente contribuye a la inseguridad futura. Hasta la pretendida franqueza del protagonista introduce rasgos desconocidos en su proclamación. Los anclajes de la sinceridad se tambalean.
Las exigencias de la vida ejercen su poderío inclemente, son apabullantes, apuran al máximo las actividades, dejando apenas unos resquicios para el apercibimiento adecuado de sus entresijos. Como suele decirse, con vivir ya tiene uno suficiente, sin apetencias ni espacios para ser muy reflexivo. Al ajetreo diario se suman retos novedosos, conflictos, enfermedades o múltiples contratiempos; en cada situación uno ve las cosas con matices adaptados a las dificultades del momento. Esos SESGOS incrementan la deformación de los aprendizajes pertinentes. Las ilusiones, sensibilidades, intereses e intenciones, repercuten como factores de distorsión. Dichos reductos personales son intrincados de por sí.
Desde los pensadores ilustres, los activos emprendedores, a los más indolentes individuos, las aportaciones cubren un amplio espectro, registran categorías inverosímiles con respecto a calidades e intensidad. Sin embargo, a pesar de los múltiples intentos para comprender nuestro papel en este deambular por el mundo, nadie sobrepaso las modestas INTERPRETACIONES de cuanto ocurre. Las confirmaciones se hacen de rogar, todavía continúan sin aparecer. El error o el acierto penden a su vez de ese hilo mudable de la manera de ver las cosas, carentes siempre de la comprobación.
Actuamos sin texto previo en la función teatral a base de la inspiración propia aventurada. Lejos de clarificarse las incertidumbres, hemos adelantado raudos para alcanzar las novedosas complejidades. Las impresiones recibidas de fuera han conseguido descentrar las mentalidades. Recibimos fogonazos desde orientaciones contrapuestas y con una velocidad vertiginosa; no logramos delimitar ni la procedencia de los mensajes ni sus contenidos. Por lo tanto, el entendimiento se torna un tanto utópico y emite a su vez señales de desconcierto. El desenfoque es notable, provoca una CONTAMINACIÓN de sensaciones aglomeradas. Como consecuencia de ese entramado, cobra especial consistencia la disgregación de las manifestaciones; un impedimento notable para las posibles creaciones gratificantes.
La escasa o primorosa lucidez individual acaba siendo dolorosa al no poder evadirse de las sucesivas dificultades, agravadas fácilmente por movimientos intempestivos. El alambre molesto hurga por nuestros interiores como un berbiquí acerado de revoltosas circunvoluciones. Entre pronunciamientos vacuos y elucubraciones, consignas o teorías, no logramos pasar de meros motivos de embarullamiento. Esa acumulación de materiales confusos estimula las INQUIETUDES de los protagonistas con una variada gama de intensidades y percepciones. Repercuten en los sectores existenciales con una divergencia notable de reacciones. La tensión es inevitable entre el silencio amenazante y los impulsos resolutivos desorientados.
El atrapamiento nos sobreviene por la vía de los rasgos visibles, pero también por el revés de los numerosos condicionantes subyacentes. Desde rincones impensables brotan efectos nocivos de dimensiones inalcanzables para una persona normal; aún contando con su buen temple, se hace cuesta arriba lo de superar las trabajosas vicisitudes. Los recursos oportunos no se vislumbran en el horizonte, ni en los exteriores ni a través de las cualidades del propio sujeto. Esa fijación insolvente se convierte en un CEPO sentimental, demostración de la terca realidad. El frenazo a las actitudes de búsqueda es evidente. Representa otra de las características limitantes de la presencia humana, de sus satisfacciones inmediatas y de sus ambiciones.
Ansiosos por conocer los detalles útiles para la vida satisfactoria, chocamos de frente con la imcompletud de cuantos logros obtenemos. El discernimiento requerido no se detiene en la detección de las novedades, prosigue con la evaluación de los rasgos beneficiosos o provocadores de efectos perjudiciales, sin dejar de lado sus importantes influencias colaterales. El proceso también se ramifica dentro del mismo sujeto según sus circunstancias, edad, trabajo, ambiente, mentalidad, etc. Al tratar de calibrar ese conjunto se plantea el grado de MADUREZ de los implicados para mantenerse en esa aventura vital. También este concepto se resquebraja por variantes contradictorias y las inevitables subjetividades.
Si algo nos enseñan las decepciones cotidianas, son las innumerables carencias, adolecemos de un amplio repertorio; su reiteración nos muestra el enérgico mensaje de los límites. Eugenio Trías nos ilustró sobre esa ubicación en la frontera que nunca sobrepasamos; a partir de ella sólo disponemos de intuiciones, pero sin ellas somos poca cosa, además de seres efímeros. Contamos pues con esa característica de sujetos FRONTERIZOS, nos sitúa ante una paradoja existencial; no podemos ir más allá de ese linde, pero sin saber cómo, pero su contemplación nos agranda las miradas para activar las cualidades propias en una aventura apasionante. Son zonas liberadas de lastres improcedentes, nos favorecen para la claridad mental.
Acogotados por las penurias del tráfago habitual, aturdidos por la profusión de gente manipuladora y sin soluciones contundentes a la vista, caemos con facilidad en renuncias intempestivas; dicha conjunción agrava los inconvenientes. Por eso es deseable el cultivo adecuado del impulso vital PARTICIPATIVO frente a las figuras insolentes, dejando constancia de la diversidad real y enriquecedora.
En cualquier caso, las dificultades son obvias, no se libran tampoco los pretendidos iluminados. No sabemos definir la preocupación de fondo, ni acercarnos con humildad a sus cercanías. Estamos desorientados ante esa tesitura, carecemos de respuestas. Cómo van a llegar si ni siquiera nos hemos planteado: ¿CUÁL es la PREGUNTA? El meollo de las inquietudes exige el coraje y la franqueza en ese diálogo.
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