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Muerte tenebrosa

"El miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peor de lo que son en realidad”, (Tito Livio)
Octavi Pereña
lunes, 30 de enero de 2023, 10:11 h (CET)

Según Alexis Racionero, “desde el punto de vista de la filosofía oriental, la raíz de todo miedo es la dependencia. Es esencial podernos liberar del miedo y por esto tenemos que desprendernos de toda clase de dependencia. Tenemos miedo porque tememos perder alguna cosa. Si relativizamos la importancia, los temores se reducen. No hablamos tanto de fobias, sino de miedos internos esenciales o de aquellos superficiales y evidentes…El miedo a la muerte es probablemente el temor más esencial, pero si pudiéramos librarnos de él, viviríamos más tranquilos”. Si la teoría evolucionista fuese cierta no tendríamos que tener miedo a la muerte porque a pesar que nos hemos convertido en homo sapiens sapiens seguimos siendo animales. Las bestias no tienen miedo a la muerte. En nuestra necedad “nos parecemos a las bestias que perecen” (Salmo 49: 12).


Si como muy bien dice Alexis Racionero “el miedo es probablemente el temor más esencial”, indica que el ser humano es mucho más que un simple animal. Básicamente indica que hemos perdido alguna cosa, pérdida que  es el origen de todos los miedos que son los causantes de tantas dolencias que indican la fragilidad del ser humano: Estrés, ansiedad, insomnio, tendencias suicidas, trastornos alimentarios, narcisismo, ansia de poder… L. P. Lovecraft, escritor de novelas de terror, dice: “El miedo es la emoción más antigua y más fuerte de la humanidad”. ¿Cómo podemos liberarnos del miedo a la muerte que nos consume? “Está establecido que los hombres mueran un sola vez, y después de ello el juicio” (Hebreos 9: 27). Si el miedo a la muerte provoca el temor más esencial, ¿podemos descubrir el misterio que se esconde a la investigación de las mentes más privilegiadas? Si la muerte no tiene solución, como dice el apóstol Pablo: “Comamos y bebamos, que mañana moriremos” (1 Corintios 15: 32).


“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5: 12). Esta declaración paulina deshace la teoría que los tres primeros capítulos de Génesis son mitológicos. Son historia real. Adán no es un Ulises, sino una persona tan real como lo es el lector, del cual todos somos sus descendientes. “Y mandó el Señor Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer, mas del árbol de la ciencia del bien y el mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás” (Génesis 2. 16, 17). Poco después aparece en el escenario del paraíso un personaje misterioso, tan histórico como el perverso Putin, que poseyendo a la serpiente, que en aquel momento todavía andaba derecha, seduce a Eva y ésta convence a su marido a que comiese el fruto del árbol prohibido. Ambos comieron de él. Todavía sin haber engullido el fruto, “fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos” (Génesis 3: 6, 7). Espiritualmente murieron en el acto. Físicamente tardó su tiempo. En el caso de Adán, vivió “nueve cientos treinta años, y murió” (Génesis 5: 5).


La muerte física es la consecuencia de la muerte  espiritual. Dios podría muy bien haberlos dejado en el estado en que se encontraban debido a su insensatez. Pero no es rencoroso. Es misericordioso. En vez de darles la espalda se acerca a Adán para abrirle la puerta para que pueda volver al estado  en que se encontraba antes de la desobediencia. Sin que transcurra el tiempo le ofrece la oportunidad de restaurar la comunión con Él. Lo hace de manera alegórica: “Y el Señor Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió” (Génesis 3: 21). Es muy posible que los animales que sacrificó Dios para que con sus pieles cubriese la desnudez de nuestros primeros padres fuesen corderos. “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1: 29). Una manera más clara de declarar que Jesús es el Salvador de los pecadores es el anuncio que Dios le hace a la serpiente (Satanás): “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente (los incrédulos) y la simiente suya (Jesús), Él te herirá en la cabeza y tú le herirás en el talón” (Génesis 3: 15). Una profecía clara de Jesús muriendo en la cruz para ser resucitado el tercer día para poner fin al imperio de la muerte. En Jesús la enemistad que sentimos hacia Dios se convierte en paz. En Jesús Dios deja de ser un enemigo para convertirse en compañero de viaje que no nos deja ni a sol ni a sombre. Ahora que Dios se ha convertido en nuestro  Padre celestial podemos enfrentarnos a los miedos con la certidumbre de salir victoriosos al enfrentarnos con la muerte.


La covid-19 ha cambiado la manera de relacionarnos con la Administración. Si no has concertado hora no te reciben. La Administración pone trabas  a la accesibilidad. No es así con el Rey de reyes y Señor de señores. No nos exige concertar hora para concedernos audiencia no se sabe cuándo.  Las veinticuatro horas del día y los trescientos sesenta y cinco días del año permanece abierta la puerta que da acceso al salón del trono. Aprovechemos la oportunidad que nos ofrece.


“En el día que tengo miedo, yo en ti confío. En Dios  alabaré su palabra, en Dios he confiado, no temeré, ¿qué puede hacerme el hombre?” (Salmo 56: 3, 4). En el día de la resurrección cuando este nuestro cuerpo mortal se haya vestido de inmortalidad, “entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde oh sepulcro tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es tu pecado, y el poder del pecado, la Ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15: 54-57).

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