Hace unos días las redes sociales ardían a raíz de la aparición de una grabación en TIKTOK en la que tres enfermeras de la Vall d’Hebron en Barcelona parecían estar muy contentas en horas de trabajo olvidando sus tareas mientras una de ellas arremetía contra la obligación de demostrar sus conocimientos del idioma catalán mediante la obtención del certificado C1 para poder acceder por oposición a una plaza de enfermería en la sanidad pública catalana.
Su lenguaje demostraba su mala educación y también su desprecio por un idioma hablado por millones de personas en Catalunya, el País Valencià, Baleares, Andorra, l’Alguer i el Rosselló francés. Su expresión despreciativa para nombrar el certificado fue “el puto C-1 lo va a estudiar mi madre”, esta tiktoker gaditana no ha colgado en las redes su grabación por error, ya hizo algo parecido en Galicia. No sirve de nada que ahora pida perdón.
Su actitud es fruto de un caldo de cultivo que ya viene de lejos, es el ámbito en el que han crecido una gran parte de ciudadanos españoles, los más mayores bajo el franquismo de la “España una y grande” y los más jóvenes entre gritos de “a por ellos” a la puerta de los cuarteles y el “estamos en España”, abrazado también por una parte de la izquierda y el progresismo español a los que les cuesta entender que en otras partes del Estado español se hablan otras lenguas diferentes del castellano. Son y actúan como supremacistas, unos sin saberlo y otros de manera consciente.
A algunos este ataque a nuestra lengua no nos ha sorprendido, hemos sufrido y hemos conocido diversas vejaciones a quienes hablan catalán, una veces es el médico que niega la atención si no se le habla en castellano, otras veces ha sido un camarero el que niega el café con leche a no ser que se le pida en español, por no hablar de los funcionarios públicos y las fuerzas del orden público establecidas en territorios donde se habla catalán. Es cierto que de todo hay en la viña del señor y también nos encontramos con personas que, llegadas de otras partes, se afanan en aprender el idioma del país al que llegan para, generalmente, quedarse. Pero la militancia contra el catalán viene dada por la creencia de creerse superiores, impunes e incluso protegidos. Pobres en idiomas que, en la mayoría de los casos, tan sólo tienen uno en su mochila, cuando nosotros, como mínimo, tenemos dos. El otro día leí una frase atribuida al teólogo y lingüista Modest Prats, que dice “una persona que lleva 10 años en Catalunya y no conoce el catalán o es un asno o un enemigo”, desgraciadamente abundan más los que lo hacen por considerar enemiga la lengua que por ignorancia.
El catalán viene sufriendo ataques desde hace siglos, desde Felipe V hasta Felipe VI, de Borbón a Borbón no han cesado desde diversas tribunas los acosos para intentar hacer del catalán un idioma que sea tan sólo útil para discursos de exaltación de la pubilla o la fallera mayor, se ataca en las escuelas, se ataca en los juzgados, se prohíbe en las tribunas parlamentarias, y son minoritarias o inexistentes las ayudas estatales para su difusión.
Si al catalán, en sus diversas variantes, alguien ha de mantenerlo y salvarlo somos sus hablantes utilizando continuamente nuestra lengua, no contra nadie sino en defensa de nuestro derecho a utilizarla en todos los ámbitos y momentos de la vida diaria, hagamos cumplir el artículo 3.2 de esa Constitución española que al nacionalismo español tanto le gusta restregar por nuestra cara “ las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos”. Amén y ni un paso atrás.
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