Me encuentro frente a un símbolo antiguo de origen celta, la piedra a la que va adherida toda su carga simbólica se encuentra dividida y uno de los espirales se halla casi olvidado debido a la erosión propia de la naturaleza; recordé al rozar con mis dedos el círculo infinito que leí por primera vez acerca del trisquel en la leyenda irlandesa de Bride, diosa de la primavera, la fertilidad y el amanecer; lo que llamó mi atención es que la sabiduría, la armonía y la perfección eran también cualidades asociadas a ambos símbolos en la antigua tradición. Lo que viene a mi mente es la triple dimensión de la disposición del camino que uno sostiene.
Es importante recordar que no toda experiencia y decisión que hacemos está fuera de nuestro control, pese a la razón que puedan llevar los que afirman que la idea del libre albedrío resulta extraña si se presta atención a la determinación de nuestro inconsciente, de nuestro bagaje cultura y de las inclemencias de un mundo peligroso; lo cierto es que al existir dos caminos tendremos que elegir, ese es el paso inevitable hacia el precipicio de Kierkegaard. Alguien responsable de su propia vida, decide pese al miedo y planea como conseguir lo que desea, al organizar sus pasos para llegar a aquella meta y al controlar sus actos para no desviar sus pasos del camino que ha elegido, manteniendo su atención en el imperfecto y humano equilibrio. Se trata de una búsqueda por la autonomía y el dominio de uno mismo.
Es cierto que nuestro pasado ha condicionado en gran medida nuestras acciones debido a la estructuración específica de las conexiones neuronales; el país en el que crecimos, como eran nuestros padres o cuidadores a la hora de corregir nuestros actos o de enseñarnos acerca de Dios o de la evolución, como fueron los profesores a la hora de enseñarnos el conocimiento del mundo, así como, el bagaje genético y simbólico que traemos con nosotros ha condicionado lo que ahora somos. No confíes en la idea errada de que un niño puede crecer libre de ideologías; nacemos, crecemos y convivimos al lado de un otro; la responsabilidad adulta hacia la autonomía se basa en usar la razón para modificar esa estructura cerebral, en la medida de las posibilidades, con el objetivo de vivenciar una realidad propia, elegida por nosotros.
Me mantengo observando cómo las espirales terminan en perfecto convenio con suma armonía y mesura, la moderación en Aristóteles y en Spinoza. Un hombre sabio es aquel quien ha convertido el dominio propio en su mayor objetivo, sin incurrir en el ascetismo que impide el disfrute de la existencia, pero tampoco en la esclavitud que provocan los placeres, las opiniones ajenas y las normas impuestas por otros. La forma de vencer la ideología es elegir qué principios regirán nuestro paseo; la autonomía radica en tener la seguridad de decidir nuestro propio camino y creencias, el ser adultos radica en la responsabilidad de asumir las elecciones y las consecuencias de las decisiones que tomamos a cada paso.
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