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Oh, vida, ¿dónde encontrarte?

Jesús es la resurrección y la vida
Octavi Pereña
lunes, 3 de abril de 2023, 09:00 h (CET)

Poco antes de morir Claudio Naranjo su hijo le preguntó: “¿Crees que la gente sabe que morirá? El padre le respondió: “Sí que lo saben, pero no lo sienten. Si lo sintiesen se convertirían en buenas personas”.


El patriarca Jacob que sentía que la muerte acechaba en la esquina llamó a sus hijos para decirles: “Juntaos, y os declararé lo que ha de acontecer en los días venideros”  (Génesis 49: 1). Cuando Jacob terminó de dar las instrucciones a sus hijos “encogió sus pies en la cama, y expiró, y fue reunido con sus padres” (v. 33). Jacob fue un hombre que sabía que la guadaña estaba lista para segar su vida terrenal. También era consciente que este acontecimiento no le afectaba individualmente ya que tenía la trascendencia de permitir reunirse con todos los hijos de Dios previamente fallecidos. Dios no es un Dios de muertos sino de vivos. El apóstol Juan en una visión ve al Cordero (Jesús), “y con Él ciento cuarenta y cuatro mil que tenían el Nombre de Él y el de su Padre escrito en la frente” (Apocalipsis 14: 1). Las almas de los fallecidos en Cristo van directamente a la presencia de Dios esperando el día que el Señor resucite sus cuerpos para pasar juntos con Él toda la eternidad. “Bienaventurados de aquí en adelante, todos los que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (v. 13). En Cristo la vida y la muerte tienen sentido.


El apóstol Pablo escribiendo a la iglesia en Filipos les expone el dilema de seguir aquí en la Tierra o morir: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1: 21). Sigue escribiendo: “Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (v. 23).


Para el incrédulo hablar de la muerte le es un tema incómodo del que no quiere oír hablar, pero sí que tiene que oír hablar de ella si es que desea que su vida tenga sentido. El secreto de la vida se encuentra en Jesús muerto y resucitado, acontecimientos que se recuerdan muy superficialmente el Viernes Santo y Domingo de Resurrección cuando los placeres sensuales acaparan la atención.


Hablar de resurrección provoca rechazo. Cuando el apóstol Pablo habló de ello a los atenienses, éstos le dijeron: ya hablaremos de ello otro día. El otro día jamás llegó. Pero no querer hablar de la resurrección no significa que no exista. El secreto de la resurrección para vida o para muerte se encuentra en la resurrección de Jesús: “Y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida, mas los que hicieron lo malo a resurrección de condenación” (Juan 5: 29). A los negacionistas el apóstol Pablo les aporta  el testimonio de los testigos presenciales (1 Corintios 15: 3-8). Quienes niegan la resurrección de los muertos como alternativa presentan la transmigración de las almas lo cual los convierte en los más desgraciados de los hombres pues si Jesús no ha muerto y resucitado para salvación de los pecadores, siguen murtos en sus delitos y pecados. El apóstol Pablo después de dar el dato que más de quinientas personas dan fe de la resurrección de Jesús, como traca final aporta su testimonio: “Y al último de todos,  como a un abortivo, me apareció a mí” (1 Corintios 15: 8).


La resurrección es imprescindible porque “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorruptibilidad” (v. 50). A continuación desvela el secreto de la resurrección: “He aquí os digo un misterio: No todos dormiremos (moriremos), pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta, porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles y nosotros seremos transformados” (los vivos en el momento de producirse la resurrección, sin pasar por la muerte, sus cuerpos mortales serán transformados en inmortales e incorruptibles), porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, se cumplirá la palabra que está escrita: sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está oh muerte, tu agujón? ¿Dónde oh sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la Ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”  (vv. 1-57).


Las muertes violentas que nos informan los medios de comunicación  y las defunciones plácidas que  nos anuncian las esquelas se encargan de recordarnos que la muerte acecha en la esquina. Lo triste es que no se hace caso a la información recibida que por repetitiva tendría que despertarnos del letargo. No debería ser así porque la muerte es la puerta de entrada a la eternidad. Si damos excesiva importancia a las cuestiones humanas que son efímeras, con mayor motivo tendría que preocuparnos la muerte por la trascendencia que tiene. Si no existiese la eternidad bien podríamos decir: “Comamos y bebamos que mañana moriremos”. La eternidad es un tiempo que no tiene fin. La condición en que se entra es irreversible. Es imprescindible apartarse del mundanal ruido. Refugiarse en un lugar tranquilo y reflexionar sobre la muerte y el misterio que descubre la Biblia. El tiempo dedicado a investigar y a reflexionar sobre un tema de tanta trascendencia será la mejor inversión que hayamos podido hacer ya que permitirá decidirnos por Jesús que da VIDA ETERNA.

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