El sueño
“He soñado que volaba/me elevaba hacia el cielo/cuando estaba lejos de la Tierra/me transformaba en lucero/de allí estando veía a los pueblos/las plazas y las ciudades/las montañas más agrestes/y los desiertos tan desolaos/he visto pueblos en guerra/he visto tantas cosas feas/niños llorando de hambre/abandonados por las calles/he visto tantas cosa feas/tanta desgracia y dolor/que me he despertado de súbito/empapado de sudor/no me gustan nada las guerras/quiero que todos nos amemos/como nos ama a nosotros/aquel niño de Belén/Él nació para salvarnos/nos ofrece salvación/si aceptamos lo que Él nos da/el mundo será mucho mejor”, (María Carmona).
El poema es muy emotivo. Puede incluso que nos haga derramar lágrimas a raudales. Si no llegamos a entender: “quiero que todos nos amemos/como nos ama a nosotros/aquel niño de Belén/Él nació para salvarnos/nos ofrece salvación/si aceptamos lo que Él nos da/el mundo será mucho mejor”, las guerras seguirán matando, destruyendo, empobreciendo, veremos a niños llorando hambrientos. Por más que se diga que se tiene que tener memoria histórica para que no se repitan los horrores del pasado, no aprenderemos la lección. Los corazones que es dónde se forjan las guerras y las injusticias sociales seguirán engendrando los pensamientos que nos llevan a cometer los crímenes y las injusticias que se cometen a diario en todos los estamentos sociales. Algunas, legalizadas por la ley, quedan impunes, otras son castigadas por la misma ley con multas y prisión. Da lo mismo, las leyes las hacen los hombres que son injustos.
En décadas pasadas la Iglesia Católica bendecía las armas que servirían para matar, destruir y hacer que niños llorasen hambrientos. Hoy, la Iglesia Ortodoxa Rusa se pone al lado de Putin. En donde el niño de Belén no haya nacido en los corazones de los seres humanos no florecerá el amor de Dios que haría que el mundo fuese mucho mejor que el actual.
“¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis, matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar, combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís, pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4: 1-3). En el Nombre de Dios se han cometido y se siguen cometiendo horrendos crímenes. En el pasado los colonizadores cristianos cometieron genocidios entre las poblaciones indígenas. Recientemente, en nuestro propio país, la Iglesia Católica se puso al lado de Franco bendiciendo la rebelión contra el gobierno legalmente constituido con la excusa de defender la fe. Las palabras de Santiago son una denuncia contra un comportamiento nada cristiano. La letra con sangre entra, dicen los moralistas. España a pesar que se considera un país cristiano, de hecho es pagano y, como se ha hecho en el pasado se pretende cristianizar a los paganos con el imperio de la ley y la fuerza del poder político.
Jesús nació en un mundo pagano. La iglesia que fundó lo hizo en un mundo pagano y creció en un mundo pagano. Ni Jesús, ni los discípulos, ni la iglesia apostólica, jamás plantaron cara a las autoridades de turno. El principio evangélico que tenía que ser la norma de comportamiento con respecto a las autoridades paganas es muy claro: “Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey como superior, ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien. Porque esta es la voluntad de Dios, que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos” (1 Pedro 2: 13-15). Téngase en cuenta que estas palabras las escribe el apóstol Pedro cuando los cristianos sufrían terribles persecuciones. Recordemos como tienen que comportarse los cristianos en una sociedad pagana: “El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y la escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado” (Mateo 13: 33).
Jesús poco antes de ascender a los cielos no recomendó a sus discípulos que dictasen leyes que sirviesen para obligar a los paganos a hacerse cristianos. No. Les dijo: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándoles en todos los del Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado, y he aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28: 19, 20). Es responsabilidad de la Iglesia de predicar el evangelio sin ensuciarlo con enseñanzas no bíblicas. El evangelio de Juan nos narra la historia de la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8: 3-11). Los moralistas de la época apoyándose en la Ley de Moisés quieren lapidarla. A los santurrones Jesús les dice: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”. Al oír estas palabras los defensores de la moral a ultranza “acusados por su conciencia” abandonaron el escenario dejando solos a Jesús y a la mujer. Cuando no hubo oídos que escuchasen, Jesús le dice a la mujer: “¿Nadie te condenó? Ella le dijo: Nadie Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno, vete y no peques más”.
Los cristianos tienen que aborrecer el pecado propio y amar al pecador. No tienen que ser jueces porque entonces se ponen por encima de la Ley de Dios. En el caso de la mujer sorprendida en adulterio Jesús nos da el ejemplo a seguir. El apóstol Pablo nos da otro ejemplo a imitar: “Una mujer llamada Lidia… que adoraba a Dios, estaba oyendo, y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (Hechos 16: 14). “Así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Isaías 55: 11). Dios salva, no el hombre.
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