Hemos creado un imperio de respuestas bajo un castillo de arena. La complicidad está en el aire, las palomas en sus arrullos y zureos vuelan en la interrogación. El poema que escribimos se borra, nos mira con devoción en las cenizas de un volcán oculto en la palabra.
Ausentes de mirada, entramos. La escena se repite, la humedad golpea la madera. Ya no hay vasos por llenar ni voces que nos escuchen. El silencio inminente recrea nuestra sangre amurallada, la tinta que respira en los montes. Reverdece el camino en la siembra de nubes.
Las sombras estallaron justo a tiempo, el reloj aún bombea en éxtasis. Las ruedas avanzan en el hilar de las raíces. Crece con el viento, es casi un huracán que sueña.
Una gota cae y el océano entre nosotras es una pintura que sucumbe al recuerdo. En cada pincelada, las ninfas revelan el alma de las letras. El jarrón está lleno y las flores que alguna vez miramos están intactas.
La escena se repite, estamos solas. La vereda se parte en dos en las manos del rayo, el cielo es un bosque eterno. Las manecillas en la plena oscuridad de las galaxias escriben las estrellas.
Hemos regresado al mismo lugar que bombea ciudades y ríos. En las grietas de una hoja el sol se descubre ojo, las plantas crecen. El camino se abre en el olvido de sí, en la música que la vida esconde, aquí, dónde te escucho, allá, donde no estás, allí, donde te encuentro.
Para Laura Zúñiga Orta
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