En la aurora de tu nombre siembro la flor de la noche y el horizonte crece con sus blancos rayos de ternura.
Entre tus brazos cálidos recuerdo el comienzo y el final, me hago pequeña en el mecer de las hojas quebradizas hasta llegar nuevamente a ti, siguiendo el eco de la música y el estrépito de las aves, que con sus alas abrazan lo imposible. He llegado para comenzar otra vez en tu latido, en el sueño de los lirios que te tatúan para siempre. De la silente oscuridad a la luz mi palabra te encuentra, ya somos mandala, origen y canción.
Después de tanto, después de todo, en el lago aún brotan las semillas del ocaso, nuestro único hogar es nuestra memoria.
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