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¿Quién puede sentir mi dolor? solamente mi madre, que me defendía mejor que cualquier abogado para hacerlo con todos sus secretos de amor. En consecuencia, que hubiera sido si mi madre no actuaba, a lo mejor una catástrofe o quizá a saber qué. Reflexionando y actuando sobre mi viaje haciendo un recorrido por mi mente, he logrado encontrar y comprender que, estoy lleno de emociones, gratitud y asombro.
A medida que se aproxima el Día de la Madre, es un momento propicio para reflexionar sobre una figura maternal que con frecuencia ha sido malinterpretada y desvalorizada tanto en la ficción como en la realidad: la madrastra. Contrariamente a las representaciones perpetuadas por gigantes de la narrativa como Disney, que han teñido la figura de la madrastra con pinceladas de maldad y malicia, muchas madrastras en el mundo real desempeñan roles de amor, apoyo y cuidado genuinos.
¡Qué bien olías, mamá! ¿Te acuerdas de aquellas tardes... largas tardes... hablando? “Hijos, vosotros no conocisteis aquella década sin sentido de 1930... No sabéis nada de aquellos políticos de media tinta que, ansiosos de poder, destrozaron el sueño común... No sabéis nada de aquellos políticos que, mintiendo, decían que les dolía el dolor ajeno...".
Si en algo ha ayudado la reproducción asistida ha sido a posibilitar cumplir el deseo de ser madre en solitario. Lo que hace unas décadas era una circunstancia vergonzante, hoy se ha convertido en una aspiración que tiene que ver no sólo con el hecho fisiológico de que sean ellas quienes gesten y traigan el bebé al mundo, sino con la construcción de una vida plena, en caso de que, según preferencias y circunstancias, no se cuente con la figura paterna.
La historia del destierro es tan antigua como la propia historia del hombre. En Grecia y en Roma, el destierro o el exilio era la pena máxima que se le atribuía a un ciudadano, cuyos actos eran considerados un delito en contra de la religión. El mismo destino le esperaba a la persona que se salía del marco de la legislación. El emigrante, el exilado o la persona que ha abandonado su país por causas económicas o sentimentales; deambula.
En la aurora de tu nombre siembro la flor de la noche y el horizonte crece con sus blancos rayos de ternura.
La gran Madre me envuelve, está en todas partes, en cada poro, grano de arena, éter que atraviesa todo. Todo lo anima, lo inspira, lo mantiene en armonía y lo potencia. Natura me alimenta –nos alimenta– de sus frutos, vientre de barro y fuego.
7 de febrero, lloverá. Caerán gotas, caerán. Ojalá fueran las últimas, pero aún quedan demasiadas, más de lo humanamente esperado, lloverá hasta el 10 de febrero de 2007, queda mucho por llover y sin embargo… lloverá eternamente para mí.
Madre del Consuelo, nos sentimos tan Tuyos, tan cercanos como lo están el sol y las estrellas.
No hablamos de Putin y sus matones; esos no tienen remedio. Aquí hablamos de los muchos instrumentos y herramientas que utilizan ministerios, partidos políticos, muchos parlamentarios, sindicatos, grupos de presión, colectivos literales, etc. para destruir la sociedad a base de socavar, dinamitar y escombrar sus cimientos: la familia. Esto parece Mariupol.
Transida en el Calvario de aflicción, mostraste al mundo una gran proeza: aceptar el dolor y no ser jueza al convertirla pena en oración.
Ahora tu venerable morada es tu hogar, desde ahí sonríes y disfrutas de tu alma y espíritu se deleita como una recién cortada florecilla del jardín...
Una joven dama argentina casada se halla con un mexicano licenciado en abogacía. Tienen un hijito y una mansión en ciudad de México. Ella era cancionista de tangos hasta que se produjo su enlace, sin lo que se dice amor-amor, para acceder así, legalmente (por la puerta grande, principal), a la suprema misión a la que una mujer muy mujer está destinada: dar a luz y consagrarse al retoño.
Mi madre fue una mujer sabia. Natividad Rojas de la Rosa (13 de julio de 1936 – 4 de diciembre de 2001) –así se llamó mi madre–, siempre prodigaba amor y abnegación en todos sus actos. Ahora sé que aprendió muchas cosas de su abuela, de la sabiduría popular que se transmite de boca a oído, de confiar en el sentido común y la profunda intuición que caracteriza a quienes abrevan de las raíces chamánicas de nuestro pueblo.
Virgen Bienaventurada, Reina de la humanidad, culmen de fe y caridad y de Cristo madre amada. Tú que estás en tu Morada junto a Dios, en cuerpo y alma, inunda mi ser de calma y pon sobre mí tu mano, para que sea un buen cristiano y pueda alcanzar tu Palma.
Es verdad. No creo, sinceramente, que haya un cariño en el mundo más limpio, más sincero y más desprendido que el que siente una madre por sus hijos. Y no se enfaden mis amables lectores hombres. Yo también lo soy y en el fondo de mis sentimientos me resisto a aceptar que mi mujer quiera a mis hijos más que yo. O tal vez no se trate de eso, de querer más o menos. A lo mejor se trata de querer de una forma diferente, aunque con la misma intensidad.
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