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Inteligencia artificial y predicación

Convertir la predicación en el resultado de la IA es divinizar lo humano
Octavi Pereña
lunes, 26 de junio de 2023, 09:40 h (CET)

El sacerdote Benhard Piendl predicó en la catedral alemana de Ratisbona. Al finalizar el sermón el predicador reveló a los feligreses que parte de la homilía la había redactado la inteligencia artificial (IA). Con posteridad en una entrevista a la televisión pública bávara, explicó: “La inteligencia artificial aclaró estas frases del Evangelio, que no son sencillas, con relativa claridad. La inteligencia artificial no puede sustituir el mensaje que contiene el Evangelio, la relación personal con Dios y la fe”. El sacerdote aseguró que no descarta repetir la operación, ahora bien, nunca para escribir toda la homilía. El virus ya está sembrado. Sólo es cuestión de tiempo que los sermones los escriba la IA. Lo que hoy para algunos es un temor, dentro de poco será una realidad la deificación de la IA.


El mecanicismo no puede suplantar la relación personal con el Padre de nuestro Señor Jesucristo sin el cual no puede predicarse tal como debe hacerse el Evangelio de la salvación de Dios. Si los predicadores que se consideran cristianos juegan con la IA como lo ha hecho Benhard Piendl, dada la condición humana no tardará mucho en que se traspase por completo a la IA la preparación de las homilías porque exige mucho tiempo. Los predicadores habrán abandonado al Espíritu Santo a la hora de prepararlas.


Jesús que es el modelo a seguir por los predicadores, dice. “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11: 29). ¿Qué es lo que tienen que aprender de Jesús los predicadores? El hábito de aislarse para que a solas a encontrarse con el Padre. “Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte” (Mateo 14: 23). “I Él se retiraba a lugares desiertos y oraba” (Lucas 5: 16). Aislándose del mundanal ruido el predicador aprende la docilidad y la humildad que debe caracterizarle. El engreimiento no funciona porque es la manera de comportarse el mundo alejado de Dios. En el aislamiento el predicador implora el favor del Señor para que le dé la sabiduría necesaria para alimentar a los fieles con la Palabra de Dios.


Un padre desesperado se arrodilla ante Jesús, diciéndole: “Señor, ten misericordia  de mi hijo, que es lunático, y padece muchísimo, porque muchas veces cae en el fuego, y muchas veces en el agua. Y lo he traído a tus discípulos, pero no le han podido curar…Traédmelo  acá. Y reprendió al demonio, el cual salió del muchacho, y éste quedó sano desde aquella hora” (Mateo 17: 15-18). Más tarde los discípulos le preguntaron a Jesús en privado: “¿Por qué nosotros no pudimos echarle fuera? Y les dijo: Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno” (Marcos 9:28, 29).


La predicación no es una competición entre catedrales y parroquias para premiar al predicador más elocuente y que viste con más florituras las homilías. El auditorio que asiste a os oficios divinos no lo hace para gratificar su sensualidad ni para aplaudir a los predicadores exhibicionistas. Son personas espiritualmente enfermas que necesitan curar las dolencias del alma.


Jesús antes de ascender al cielo dio a sus discípulos un encargo muy claro que no da lugar a la confusión: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado, y he aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el final del mundo” (Mateo 28: 19, 29). Ser heraldo de Jesús no es tarea insignificante. Quien asume una responsabilidad tan grande no la puede descargar en un  instrumento sin alma como lo es la IA. Jesús envía a los suyos a trabajar en campo enemigo que es este mundo controlado con limitaciones por Satanás que “es el príncipe de este mundo (que) será echado fuera” (Juan 12: 31). Jesús con su muerte y resurrección ha despojado a Satanás de su autoridad. Por las razones que únicamente conoce Dios el Padre permite con restricciones actuar a satanás hasta el postrer día cuando será lanzado definitivamente al infierno.

En tanto este día no llegue la lucha contra el mal no es contra personas “sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6: 12).


Jesús que es la Cabeza de la Iglesia no encarga la predicación del Evangelio a personas indolentes que sin ser llamadas usurpan el encargo. Los realmente llamados a predicar saben lo duro que es enfrentarse a un enemigo que a pesar ya ha sido vencido aún posee mucha fuerza. Se preparan para ejercer el encargo con la oración y el ayuno. Pienso que en la responsabilidad de predicar el Evangelio le va como el anillo al dedo lo que escribe el periodista Marius Carol: “El mejor consejo para ser un buen comentarista todavía es de José María Pemán: “Creer en una o dos cosas fundamentales y burlarse de todas las otras”. El predicador del Evangelio tiene que desprenderse de todas las sandeces que se le han añadido al Evangelio a lo largo de los siglos y centrarse en la autoridad suprema de la Biblia y, con la inspiración del Espíritu Santo preparar las homilías. De ninguna de las maneras puede depositar en las manos profanas de la IA la tarea de prepararlas.

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