La primera historia, y la más importante para mí, es la del reverendo Juan Huguet y Cardona, sacerdote del pueblo menorquín de Ferrerías asesinado en la guerra civil española por Pedro Marqués, brigada del ejército republicano. Tenía 24 años y llevaba solo un mes en esa parroquia. La figura del mártir y beato Huguet (fue beatificado en 2013 y está en proceso de canonización) tiene una gran importancia en Menorca donde cuenta con muchos devotos. La segunda historia, que me parece cruel y sacrílega, es la del mentado Pedro Márquez Barber que en un acto de injusticia y cobardía infinitas, en julio de 1936, abordó personalmente al sacerdote y, apoyándose en la superioridad que creía tener por comandar a unos milicianos armados -como él mismo- le exigió que escupiera sobre el rosario que llevaba; al negarse el sacerdote, Márquez le disparó por dos veces en la cara causándole la muerte. El asesino, en noviembre de 1939 fue detenido juzgado y condenado a la pena capital. La tercera historia, para mí la más repugnante de todas, es la de Francina Armengol, proclamada hoy -para desgracia de España y de los españoles- presidenta del Congreso. Esta señora, por llamarle de alguna forma, que ha sido desalojada por las urnas como presidenta de la comunidad balear y automáticamente ascendida por el dedo infinito del político más desacreditado del mundo, cuando pergeñaba -con los de su cuerda- el censo de víctimas de la guerra tuvo la desfachatez de no incluir como víctima al Beato Huguet pero sí incluyó al asesino Márquez. Mi reflexión no puede ser otra que constatar lo políticamente podrida que debe estar esta mujer, lo políticamente podridos que deben estar quienes la han elevado a presidir el Congreso y lamentar que una amalgama de personas que no quieren a España nos pueda gobernar.
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