Mantengo una buena amistad con muchos de los curas de mi generación. Mi servicio como laico a la Iglesia, me ha permitido compartir trabajo, dedicación, alegrías y tristezas con algunos de ellos, a lo largo de toda una vida.
He topado con toda clase de caracteres, de fervor, de dedicación plena a los demás, de molicie o de egoísmo. En el fondo se trata de personas que hacen de su trabajo una dedicación o un sufrimiento. De vez en cuando, creo que demasiadas veces, surgen productos de una educación restrictiva, en la que la parte humana se ha considerado como peligrosa y la represión excesiva sobre la relación con otras personas, provoca traumas que desembocan en situaciones delictivas. Mi buena noticia de hoy la baso en que la inmensa mayoría de los religiosos de ambos sexos que he tratado, son personas equilibradas y con una clara vocación al servicio de los demás, sin ningún tipo de obsesiones y mucho menos de aberraciones. Alguno de ellos, al observar que sus sentimientos les transmiten la necesidad de formar una familia, han abandonado su sacerdocio, sin dejar de ser unas excelentes personas y mantener su fe cristiana. Lo lamentable es que aun no se ha superado el celibato opcional, basándose en los decretos del Concilio de Letrán del siglo XII, que les impide ejercer su sacerdocio desde la situación de casados. Creo que las circunstancias han variado mucho a lo largo de más de 900 años, lo que permite reconsiderar una situación, que haría más fácil la vida del clero e incrementaría el número de los consagrados. Creo que tenemos que ser valientes y aceptar las recomendaciones de una buena parte de la cristiandad que estima necesario el cambio. Todo ello sin perjuicio de condenar la actitud de alguna oveja negra, que avergüenza al resto de los cristianos. Lo siento por él y por todos nosotros. Ojalá no se repita jamás esta situación.
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