Elisabeth Kubler-Ross, gran experta en humanidad en el tema del dolor y la muerte, que acompañó en los momentos de morir a más de 20.000 personas, se preocupó por esos enfermos: “a lo largo de mi vida he soñado en un futuro en el que la medicina verá las personas en su conjunto y tendrá cuidado de todas sus necesidades”. Para mí, habla mucho en alegorías que muestra de modo fantástico, incluso mágico. Lo bonito es que quería comprender a todos, de cualquier religión y elaboró una explicación sobre el más allá. Describe la doctora claramente los distintos estadios del desprendimiento del cuerpo, la capacidad para percibir todo cuanto ocurre en el momento de la muerte y que no morimos solos. Y dice que son experiencias clínicas: “se trata de la diferencia entre creer algo y saber algo. Investigué todo esto durante quince años y si, más allá de la sombra de toda duda. Lo que la gente experimenta a cada paso en las experiencias cercanas a la muerte es verificable”.
En su trabajo, habla de que la persona se desprende del cuerpo físico en el momento de esas muertes aparentes en las que luego vuelven: “entrevistamos a ciegos que no habían tenido percepciones luminosas durante diez años o más y les preguntamos que vieron durante sus experiencias cercanas a la muerte, y nos describieron qué ropas usaba la gente, aquí joyas, relojes y armazones de anteojos llevaban. Al volver a la vida son tan ciegos como murciélagos, como antes”.
Los casos de muerte clínica nos cuentan algo que no son verdades dogmáticas para creer, sino experiencias, vivencias que como tal han sido sentidas y transmitidas, y como tales hemos de tomarlas. Nos dicen que después de ese viaje, vuelven transformados, con ganas de vivir de un modo nuevo, como el que ha visto lo esencial de la vida, lo que es importante. Ven que el cuerpo físico es un envoltorio de nuestro ser. La metáfora del gusano que se transforma en mariposa es muy real: esas personas salen de su cuerpo y lo ven a distancia, se sienten fuera de su cuerpo, tienen una cierta percepción de su “cuerpo pneumático”, espiritual, y todo ello con paz, sin que les sobrecogiera nada desagradable.
Y eso tiene consecuencias en el modo de vivir después: ya no tienen miedo a la muerte, y esa confianza les da una nueva presencia de vida. Al ser una forma de experiencia que se ha manifestado en nuestra época moderna, se ha transformado en un “mito” que no va atado a corrientes religiosas, de modo que muchos que no practican una religión pueden acogerse a él. Además es un mito que da paz, pues quien ha pasado por eso nos comunica que sabemos que no podemos quedar reducidos a un cadáver. Nuestro inconsciente lo sabe, y como decía Freud: “en nuestro inconsciente somos conscientes de nuestra inmortalidad” (Consideraciones sobre la guerra y la muerte). Nuestro inconsciente ¡parece ignorar la muerte! No cree en la muerte, no estamos concebidos para desaparecer, la muerte es irrepresentable: llevamos la inmortalidad grabada en el alma. Yo aún no he tenido este tipo de experiencias: ni siquiera he soñado que estaba muerto, en todo caso que podía morir, incluso que iban a matarme o tenía un accidente mortal, pero despertaba entonces, o me recuperaba y tenía la sensación de una segunda oportunidad que de alguna manera cuentan los que han pasado por muerte clínica. Todavía no puedo imaginar el más allá de este paso. Pero alguno me ha dicho que sí ha soñado que ha muerto, que asiste a su muerte como espectador.
Las experiencias clínicas referidas no varían mucho de las narradas en los antiguos Arsmoriendi (“el arte de morir”) tanto en el Bardo Thodol tiberino como en los Arsmoriendi cristianos. Ahí hay la luz clara pero también etapas intermedias de purificación, donde algunos quedan aterrados y vuelven corriendo a la vida para completar su crecimiento, para abrirse a una dimensión espiritual. Raymond Moddy explicó muy bien esas experiencias del túnel.
Tanto Pablo de Tarso como otras tradiciones hablan de un cuerpo íntimo, hombre interior, un corazón escondido a imagen de ese Dios escondido. Es un secreto que nos hace recuperar la confianza. El paraíso perdido es la confianza perdida.
Las tradiciones hindúes hablan de un “nuevo nacimiento”. Preguntaron a Ramana Maharshi dónde iría después de la muerte, y respondió: “Después de la muerte iré adonde siempre he estado. Voy donde soy”. Ya intuimos que están en relación con las palabras de Jesús, que viene del Padre y allí permanece. También la pertenencia al mundo de las Ideas de Platón. La reencarnación para mí no concuerda con la verdad, porque resuelve algunos problemas pero crea otros mayores: arregla el tema de la justicia de por qué unas personas están más evolucionadas que otras, y por qué unos que son “malos” se lo pasan bien, y otros que son “buenos” lo pasan mal. Pero crea otros problemas como son la desaparición de mi ser personal, que después va atrás formas de ser olvidando quienes hemos sido para fundirse después en el nirvana, en el todo. Me parece que una teoría buena ha de acoger los dos aspectos que parecen contradictorios: fundirse en el todo sin dejar de ser yo en mi ser más íntimo.
Leloup sigue contando la idea de que, si estamos abiertos a esa dimensión más alta, digamos una frecuencia vibratoria más elevada, pasamos a otro nivel, donde lo que algunos llaman reencarnación forma parte de las verdades relativas, como dice René Guènon, siendo una cosa posterior a las verdades primeras de esas religiones y espiritualidades, y en cambio la resurrección forma parte de la verdad absoluta. Lo malo es cuando la verdad relativa se transforma en dogma, cuando debe ser solo un medio de explicar cosas; y eso es lo que hacen algunos orientales. En este sentido el libro de Alan Daniélou La fantaisie des dieux (ed. Fayard) es ilustrativa, donde dice que la reencarnación es una doctrina tardía: en el vedismo y las tradiciones antiguas, no se habla de ella; el objetivo era la anastasis: el nacimiento a una dimensión celestial, en medio de nuestra vida aquí en la tierra, que es lo que llamamos resurrección.
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