Publicaba El Mundo (27 de octubre de 2023) un reportaje revelando que “tras décadas de fe ciega en la tecnología, los expertos en educación dan marcha atrás y redescubren la importancia del aula, la memorización, la caligrafía y los libros en papel: En los próximos años vamos a asistir a una ola de desdigitalización masiva". Se entrevistaba asimismo a Michel Desmurget, doctor en neurociencia y autor de 'La fábrica de cretinos digitales” (en la que advirtió de los devastadores efectos de la tecnología digital en la Educación), quien afirmaba que “los nativos digitales son un mito, una leyenda urbana". En relación con todo ello, cabe preguntarse si se puede aseverar, como se llega a sentenciar en dichainformación, que dar clases con pantallas es como si los médicos recetasen heroína. Igual somos excesivos para lo uno y para lo otro. ¿Es solo efecto de las pantallas lo que ocurre con la enseñanza y con el progresivo retroceso de la abstracción y del rigor en el conocimiento?
Respecto a esta cuestión, creo recordar aquello que se argumentaba sobre las tres actitudes ante las novedades técnicas, esto es, le tecnofobia, la tecnofilia o la vía intermedia. Es decir, que frente a cualquier avance siempre hay los que lo rechazan y los que lo consideran panacea o remedio de todos los males. Desde Platón viene ocurriendo, pues en El Fedro, uno de sus diálogos, pone en boca de Sócrates la controversia entre el dios egipcio Theuth y el rey Thamus, en la que el primero aboga por las ventajas de la escritura, como remedio de sabiduría y memoria, considerando su interlocutor esa novedad como fuente de olvido y perjudicial por ello para el saber. Y, después de la escritura, hubo otras invenciones, como la imprenta, que rompía con el conocimiento guardado en las bibliotecas monásticas, y ya, bastante después, la televisión, Internet y demás, en un proceso que nos condujo de la denominada galaxia Gutenberg a la galaxia McLuhan, antesala de la era de las pantallas (telefonía móvil e Internet con todos sus dispositivos) que aquí se comenta.Es decir, que los cambios relativos a este asunto atesoran mucho calado.
Además, hay que referirse a las leyes educativas, progresivamente alejadas de la memorización o de la transmisión tradicional de conocimientos, todo ello en un contexto rousseauniano de la autoridad y de las relaciones sociales, que se ha ido extendiendo desde el ámbito de la familia a toda la sociedad. Y, en ese proceso, en el campo educativo han ido predominando los conceptos heurísticos con fórmulas que, al parecer, nunca fracasan, pues si lo hacen la solución es aplicar más cantidad de la misma medicina.
“Item más”, la revolución telemática y digital nos va alejando de ese mundo prístino y robinsoniano que algunos añoran. El conocimiento se extiende desparramado por la Web, eso sí, de manera informe y caótica, cada vez más difícil de vislumbrar sin hilo de Ariadna, y no parece que el regreso de la caligrafía vaya a suponer el mejor ungüento sobre la herida. El mundo es como es, y volver atrás nunca ha sido posible más allá de puerilidades momentáneas, pero sin mucho recorrido.
Así pues, vistos todos los cambios tecnológicos, socioeconómicos y educativos, responsabilizar a las pantallas para huir de las mismas mediante una clausura de los discentes en centros educativos al margen de la realidad de su entorno, no parece lo más sensato. Igual hay que ser más profundos en el diagnóstico y en las recetas para el tratamiento.
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