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La Virgen condecorada

Cuando encuentres a un no nacido de Adán habrás encontrado a un nacido sin culpa
Octavi Pereña
lunes, 6 de noviembre de 2023, 09:14 h (CET)

“El Papa condecora a la Madre de Dios de Montserrat con la Rosa de Oro”, es el título del escrito redactado por Ana Buj desde Ciudad del Vaticano. La condecoración que se hizo a la Moreneta tendría que despertarnos el interés por la idolatría porque este tema ocupa un lugar destacado en las páginas de la Biblia. Las homilías católicas guardan silencio al respecto. En el caso de la condecoración de la Virgen de Montserrat es para enaltecerla. Es una normalización de lo anormal.

De cara a la galería la Iglesia Católica reconoce que la Biblia es la Palabra de Dios. En la práctica no es así porque silencia muchos textos que por intereses eclesiásticos no conviene tocarlos, de no ser que los mudos deseen que sus nombres sean borrados del Libro de la Vida (Daniel 12: 1; Filipenses 4: 3).


¿Qué es idolatría? Romanos 1: 25 responde la pregunta: son “personas que cambian la Verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos”. Es idolatría todo lo que se interpone entre Dios y el hombre. La idolatría es un engaño creado por Satanás, el padre de la mentira, con el propósito que los hombres no tengan en cuenta a Dios en sus caninos. Si alguien cree en el Padre de nuestro Señor Jesucristo, no tiene necesidad de poner la mirada en una vanidad porque la plenitud de Dios en su corazón no deja el más mínimo espacio vacío que llenar por un intruso. Como somos tan olvidadizos, si adquirimos el hábito de leer la Biblia desde el principio hasta el final una y otra vez se le refrescará la memoria con lo que tal vez una vez al año recodará que la idolatría es una práctica que ofende a Dios y que causa la muerte eterna al idólatra.


El Decálogo empieza así: “Yo soy el Señor tu Dios…No tendrá dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la Tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás, porque yo soy el Señor tu Dios, fuerte, celoso, que visita la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Éxodo 20: 2-6). Los idólatras pretenden blanquear su pecado con la excusa de que no doran a la imagen sino lo que representa la imagen. Pero Dios que conoce las intenciones del corazón no se le da gato por liebre. Con toda dureza dice a los adoradores de imágenes: Visito la maldad de los padres sobre los hijos.

Si la idolatría consiste en postrarse ante una imagen fabricada por un experto orfebre, tallista o escultor, que sirve para apartar la mirada de fe del Creador, el salmista avisa. “No a nosotros, oh Señor, no a nosotros, sino a tu Nombre gloria, por tu misericordia, por tu verdad. ¿Por qué han de decir las gentes, dónde está ahora su Dios? Nuestro Dios está en los cielos, todo lo que quiso ha hecho” (Salmo 115: 1, 2).


El Dios de los cristianos, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, por el Espíritu Santo habita en el creyente: ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Corintios 3: 16). Para encontrarse con Dios no es necesario desplazarse a un lugar que se considere sagrado porque allí en donde se encuentre el creyente, aunque sea un lugar común, allí le puede abrir el corazón a Dios. En la conversación que Jesús mantiene con la samaritana sale a relucir si el encuentro con Dios tiene que hacerse en el templo en Jerusalén o en cualquier otro lugar considerado sagrado. A partir de la resurrección de Jesús el requisito es otro: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Juan 4: 23).


Volvamos al salmo 115. Lo que el texto dice sobre los ídolos tendría que hacer enrojecer la cara de vergüenza a los defensores de la idolatría: “Los ídolos de ellos son plata y oro, obra de manos de hombres, tienen boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven; orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen; tienen manos, mas no palpan; tienen pies, mas no andan; no hablan con su garganta. Semejantes a ellos son los que los hacen” (vv. 4-8). Confiar en una vanidad es frustrante. Depender de algo que no es nada más que la obra de un experto artesano y que no sirve para ayudar a quien les implora socoro, tiene que ser demoledor. El salmista sigue escribiendo: “Oh Israel, confía en el Señor. Es tu ayuda y escudo. Casa de Aarón (casta sacerdotal) confiad en el Señor, Él es vuestra ayuda y vuestro escudo. Los que teméis en el Señor, confiad en Él. El Señor es vuestra ayuda y vuestro escudo” (vv. 9-11).

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