Elisabeth Kübler-Ross estuvo a la cabecera de la cama de muchos niños moribundos después de accidentes familiares, donde algunos morían en el acto y otros eran llevados a diferentes hospitales. Los niños no conocían ni cuántos ni quiénes de la familia ya habían muerto a consecuencia del accidente, y señala: “Para mí era fascinante, por ello, comprobar que conocían siempre muy exactamente si alguien había muerto y quién era”. Al preguntarles si quería compartir algo, a veces decían cosas como: «Todo va bien. Mi madre y Pedro me están esperando ya». En este caso, sabíanlos médicos que su madre había muerto en el lugar del accidente, pero ignoraban que Pedro, su hermano, hubiera muerto también. Se enteraron poco después, de que acababa de fallecer. Y sigue diciendo la doctora: “Durante todos estos años en los que hemos reunido tales casos no hemos oído nunca a un niño mencionar en esas circunstancias el nombre de alguien que no hubiera fallecido ya, aunque sólo fuera unos minutos antes. Para mí eso se explica solamente porque esos moribundos han percibido ya a sus familiares. Éstos los esperan para reunirse de nuevo con ellos en una forma de existencia diferente”.
Los niños de corta edad, que no conocen cosas como el libro de Moody, La vida después de la vida, ni tienen las creencias limitantes de los mayores que no creen en estas cosas, transmiten unos relatos llenos de veracidad.
Cuenta también de una india americana, atropellada en una autopista y al atenderla, ella dijo calmadamente que no había nada que hacer, salvo prestarle un favor: decirle a su madre, en la reserva india, el siguiente mensaje: «Que estaba bien y que su padre estaba ya muy cerca de ella». Ella murió y al llevar la noticia a la madre, comprobaron que una hora antes del accidente, el padre de la india había muerto de infarto.
Cuenta también de un hombre al que toda su familia fue a buscarlo a su lugar de trabajo el día de Memorial Day para visitar a unos parientes en el campo, pero el autobús en el que todos viajaban chocó con un camión de carburante, y en el incendio que hubo todos murieron. Él entró en estado de shock y su vida fue desde entonces la de un autista y drogadicto y vagabundo. Mientras, en Santa Bárbara estaba Elisabeth dando una conferencia, cuando le pidieron una charla más, y ella pensó: «Dios mío, ¿por qué no me envías a algún oyente que haya tenido una experiencia en el umbral de la muerte y que esté dispuesto a compartirla con los demás? Así yo podré descansar y los oyentes tendrán un testimonio de primera mano sin tener que escuchar únicamente mis historias de siempre”. Fue cuando le propusieron la intervención de un vagabundo, y ella aceptó. El hombre estaba bien vestido, que habló del citado accidente, y de su fracaso en la vida, incluso fracasó en sus intentos de suicidio.
Contó que él solo pensaba en reunirse con su familia, cuando borracho en una carretera le aplastó un camión. “Nos contó cómo en ese preciso momento se encontró él mismo a algunos metros por encima del lugar del accidente, mirando su cuerpo gravemente mutilado que yacía en la carretera. Entonces apareció su familia ante él, radiante de luminosidad y de amor. Una feliz sonrisa sobre cada rostro. Se comunicaron con él sin hablar, sólo por transmisión del pensamiento, y le hicieron saber la alegría y la felicidad que el reencuentro les proporcionaba. El hombre no fue capaz de darnos a conocer el tiempo que duró esa comunicación y encuentro con los miembros de su familia. Pero nos dijo que quedó tan violentamente turbado frente a la salud, la belleza, el resplandor que ofrecían, lo mismo que la aceptación de su actual vida y su amor incondicional, que juró no tocarlos ni seguirlos, sino volver a su cuerpo terrestre para comunicar al mundo lo que acababa de vivir, y de ese modo reparar sus vanas tentativas de suicidio.
Enseguida se volvió a encontrar en el lugar del accidente y observó a distancia cómo el chófer estiraba su cuerpo en el interior del camión. Llegó la ambulancia y vio cómo lo transportaban a urgencias de un hospital, donde lo ataron a una cama. Fue en ese momento cuando volvió a su cuerpo y se despertó, arrancando las correas con las que lo habían atado. Se levantó y abandonó el hospital sin mostrar el menor síntoma de delírium trémens o de intoxicación por los abusos de drogas y alcohol”. Se propuso contarlo como estaba haciendo en ese momento. “No sabemos lo que fue de ese hombre, pero no olvidaré nunca el fulgor de sus ojos, su alegría y su gratitud por haber sido guiado a un lugar en el que se le permitió hablar en una tribuna sin que nadie pusiera en duda sus palabras ni se burlara de él, y así poder participar a cientos de trabajadores de la salud su profunda convicción de que nuestro cuerpo físico es sólo una envoltura pasajera que rodea un yo inmortal”.
Cuenta la doctora que “en todas las experiencias ha quedado de manifiesto que personas que profesan diferentes religiones ven apariciones distintas según su religión”. Se refiere a un niño de dos años, que tuvo una reacción alérgica y le declararon muerto. La madre abrazaba a su hijo, cuando éste dijo: «Mamá, yo estaba muerto. Estaba con Jesús y María. Y María me dijo repetidas veces que mi tiempo aún no había llegado y que yo debía volver a la tierra. Pero yo no quería creerle. Y como ella veía que yo no quería escucharla, me tomó suavemente de la mano y me alejó de Jesús diciendo: “Pedro, debes volver. Debes salvar a tu madre del fuego”». Y añadió: «¿Sabes, mamá? Cuando me dijo eso volví corriendo hacia ti». Ella se quedó triste, pensando que su hijo tenía que salvarla del infierno, a ella que era buena cristiana. Le preguntó: «¿Qué habría sentido usted si María no le hubiera devuelto a su Pedro, hace trece años?». Ella tomó su cabeza con las dos manos y exclamó: «Dios mío, eso habría sido el infierno». Y le convenció al plantearle: «¿Comprende usted ahora por qué María la ha preservado del fuego?».
El lenguaje simbólico, intuitivo-espiritual, de esas experiencias cercanas a la muerte, quita toda negatividad y miedos, sentimientos de culpabilidad y autocastigos, y ofrece confianza para esos momentos, cuando cada persona encuentra la paz dentro de sus creencias (un niño judío no se encontrará nunca con Jesús y un niño protestante no verá nunca a María): cada persona obtiene lo que más necesita, sus seres más queridos.
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