El 4 de enero de 1916 nació en Costa Negra, Misiones, el labrador paraguayo Prisciliáno Velázquez. A los ocho años, vio desfilar a los ejércitos, que en 1922 desangraron al Paraguay, en una terrible guerra civil entre enemigos de cuentas bancarias separadas, aunque filiación compartida.
En 1922, dos bandos del mismo partido de gobierno, se enfrentaron por los negocios del estado, en una guerra donde se inutilizaron desde aviones italianos a cañones navales ingleses.
Prisciliano integró, años después, el primer regimiento de Caballería paraguayo, durante la célebre Guerra del Chaco. Allí, el pacífico campesino se convirtió en lobo de otros hombres, a los que ni odiaba ni conocía, pero que habían bajado desde lejanas sierras y montañas, en actitud sospechosa. Eran quechuas, collas y aymaras, que no estaban en condiciones de discutir con el gobierno de La Paz, y mucho menos con intereses transnacionales.
Separaba a bolivianos y paraguayos, un extraño territorio de paisaje lunar, que al principio de los tiempos había sido el fondo de un mar.
Le habían dicho a Prisciliano que eran sus tierras, a pesar de la diferencia con el rojo suelo misionero, y que eran sus enemigos quienes la invadían, a pesar de la semejanza que él tenía con ellos. Los tuvo que cazar en el Chaco, territorio cuyo nombre en idioma nativo alude precisamente a la cacería. La disputa era por un territorio de la América española más extenso que la misma España.
Luego de una temporada como Lobo, regresó para cultivar la roja tierra de Misiones. Los autoritarios pro hombres que le asignaron identidad a su casta, definieron a su especie como una dualidad entre agricultor y soldado. Una especie capaz de usar espuelas sin botas puestas, y de llevar a un descendiente del querusco Arminio como el general alemán Hans Kundt, a su Teutoburgo personal. Las carencias y dura vida los habían forjado como fuego al hierro, eran espartanos. Invencibles vencedores vencidos, que sin saberlo, marchaban a defender sus Termópilas.
El contingente de Centauros que integró Prisciliano fue llamado Valois, tuvo a su cargo la recuperación de Fortines con nombres tan extraños como Loa o Jayucubas. Con su regimiento, Prisciliano se pasó tres años sembrando el terror en líneas bolivianas. Fue su pasatiempo de principio a fin de la guerra.
El enemigo llamó a los suyos diablos verdes, ¡y los identificó por el grito aterrador de ¡Listo Valois!, que precedía a sus devastadoras cargas.
Prisciliano tuvo mejor suerte que otros treinta mil exponentes de su generación. Pudo regresar al paraje que lo vio nacer, donde enviudó, pero reincidió, y se dedicó a fertilizar con abundante descendencia las tierras paraguayas. Procreó 14 hijos con dos mujeres, según las estadísticas oficiales, que en Paraguay nunca son dignas de ciega fe.
Procrear era en tiempos en que vino al mundo este prolífico guerrero, una prioridad de la que se ocupó personalmente Bernardino Caballero.
Héroe de otras batallas, se atribuían a este General-presidente paraguayo, la afluencia de correntinos paraguayistas a Misiones, además de un centenar de hijos.
El agricultor soldado pudo ver el final de su guerra después de casi 90 primaveras, entre ellas la que vivió en Boquerón. Allí con 18 años, había visto morir a miles de paraguayos de su misma edad, atacando a pecho gentil letales nidos de ametralladoras, dispuestas por los tenaces hombres de Marzana.
Aquellos asaltos suicidas estuvieron por más de seis décadas presentes en sus infiernos oníricos. Hasta que, al fin, llegó la hora de descansar. LAW
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