Confucio explicaba que la vida es un corto pasillo y la muerte es una puerta. De hecho, la muerte como tal podríamos decir que no existe, lo que existe en sentido estricto es el fallecimiento. La muerte no es más que un tránsito -doloroso y misterioso tránsito- hacia el más allá. Una dolorosa y trágica separación entre el cuerpo y el alma de un sujeto.
El sufrimiento ante la muerte de un ser querido es grande y puede ser uno de los más agudos que se experimentan en esta vida. Saber que nunca más se volverá a ver en esta vida a alguien muy querido es doloroso. El enterramiento y todos los ritos funerarios son acontecimientos que suscitan perplejidad y desazón. Realmente la muerte es una pena, un castigo, difícil de entender y asimilar. El tremendo espectáculo del reparto de las pertenencias del que acaba de morir -que nada material se lleva- es, en ocasiones, macabro.
La precariedad de la existencia terrena nunca se manifiesta con más crudeza que cuando se produce la muerte de una persona. Para la medicina no es más que un cuerpo con las funciones vitales paradas de forma irreversible lo cual expresa en un certificado de defunción. Para el Derecho, una baja en el Registro civil y un testamento. Probablemente para la historia nada especial, en un mar de existencias. Para el periodista, una esquela. Para su empresa un puesto de trabajo que hay que cubrir. Las ingenierías no saben, no contestan. Si observamos esta realidad con un prisma exclusivamente terreno es difícil que no sobrevenga el escalofrío.
Decir que se trabaja para el recuerdo en la historia es una frase bonita, pero pocos dejaban huella visible en el mundo de los hombres; ahora, en el mundo de internet, es más fácil pues ya la visibilidad no está sujeta a que se conserven libros u otros recuerdos, ahora está en la nube para consulta de todos. Con nada vinimos al mundo y con nada nos marcharemos de él, salvo los efectos en el alma de las obras buenas o malas realizadas. Pensar en la descomposición del propio cuerpo asusta, y el envejecimiento es un adelanto de lo que sucederá.
La gran pregunta de Antonio Machado era saber si ha de morir también el mundo mágico donde se guardan los momentos más puros de la vida: el primer amor y todos los amores que llegaron al alma, aquella voz que nos rozó el corazón:
¿Los yunques y crisoles de tu alma trabajan para el polvo y para el viento? La semilla de inmortalidad existente en el hombre se resiste a la desaparición definitiva. La razón y la fe se unen para hablar de una existencia en el más allá que colme lo más profundo de las aspiraciones humanas. "Frente a la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre".
En un sentido, la muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que realmente es "salario del pecado" (Catecismo Iglesia Católica, 1006). El sentido de “pecado” sin duda es enigmático, y está recogido en los mitos primitivos de muchos pueblos [1].
En cualquier caso, hay un paso entre esta existencia y otra, en la que sentimos la responsabilidad de prepararnos pues la purificación o metanoia puede darse en esta existencia, o más allá. “La muerte es el final de la vida terrena. Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la vida. Este aspecto de la muerte da urgencia a nuestras vidas: el recuerdo de nuestra mortalidad sirve también par hacernos pensar que no contamos más que con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida” (1007).
Después de este tiempo, no será dada una vida mejor donde ya no hay llanto ni sufrimiento, y se ha significado de muchos modos según leamos el “libro de la muerte” u otras tradiciones espirituales. Pero a mi entender, quien mejor expresa la verdad de la vida más allá de la muerte es siempre Jesús, que no solo habló de ella sino que la transformó con su existencia: “La muerte fue transformada por Cristo. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió también la muerte, propia de la condición humana” (1009).
[1] Y volviendo al misterioso pecado, sigue el catecismo, que es como una actualización de la teología católica en este momento (pues el contexto y la comprensión irá cambiando con el tiempo): “La muerte es consecuencia del pecado. La muerte entró en el mundo a causa del pecado del hombre. Aunque el hombre poseyera una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. Por tanto, la muerte fue contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el mundo como consecuencia del pecado. "La muerte temporal de la cual el hombre se habría liberado si no hubiera pecado" (GS 18)” (1008).
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