Cada día podemos observar como los distintos próceres se ciscan en cuanto dicen y hacen con la excusa de que “han cambiado de punto de vista o de idea”.
El mundo se mueve a golpes de timón basados en que “el fin justifica los medios” y donde “dije digo… quise decir Diego”. Los que tienen que dar ejemplo de coherencia, no se recatan en desdecirse de cuanto antes habían defendido calurosamente con algún tipo de escusa. Se basan en la obediencia ciega al “argumentario” de cada día, que le viene impuesto “desde arriba”. Es muy difícil que encontremos a personas que mantengan su criterio, sus pensamientos, con la palabra y los hechos. El resto de los mortales se mueven en el campo de la hipocresía, el engaño, cuando no, en la mentira descarada. Así que, desgraciadamente, cada vez confiamos menos en aquellos que debían regirnos con mano firme y camino recto. La buena noticia, nunca mejor recogida, la encontramos en las palabras de Jesús de Nazaret, claras y terminantes, contrastadas por su vida y muerte, por su ejemplo desarrollado a lo largo de su corta vida, en un país y unos tiempos difíciles. Cada vez que me acerco al Evangelio descubro la sencillez y profundidad de su mensaje así como en el acercamiento a la felicidad que se alcanza cuando se siguen sus dictados. Y lo lejos que nos encontramos a veces en función de su interpretación. Estos días estamos celebrando la semana de unión entre los cristianos. ¿Qué ha pasado para que haya esa división en múltiples ramas? Pues muy sencillo. Nos pasa lo mismo que a los políticos. A lo largo de los siglos las mentes pensantes han hecho de su capa un sayo y han montado cada uno su historia. Han deducido “lo que quiere decir”, en lugar de lo que realmente dice. Y han adaptado la verdad a sus necesidades temporales y su propio criterio. Al final, se han quedado en palabras… palabras… y palabras, apenas reflejadas en los hechos. Creo que todos los seres humanos y especialmente los cristianos, deberíamos radicalizarnos: volver a nuestras raíces. Hacer patentes en nuestras vidas las propuestas evangélicas sin ningún tipo de filtros. Con menos signos externos, menos normas, menos parafernalia y más vida. Buscar lo que nos une y no lo que nos separa. Pensar en lo que nos dejó dicho Aquel Nazareno, proclamar la Buena Noticia e intentar vivirla. Pero sin engañar a nadie. Las otras noticias, las otras “verdades”, cada vez se pueden defender menos. Ya les tenemos calados.
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