Fotografía de Elisa Ramón
ABRIL
Primavera, rosa, clavel, amapola, narciso, jazmín, dalia, azuzena, orquídea, pasionaria, alhelí, nomeolvides, geranio, belladona, tulipán, azalea, girasol, jacinto, magnolia, laurel, diente de león, crisantemo, siempreviva, gladiolo, alegría del hogar, flor de san juan, lirio, camelia, violeta, caléndula, loto, campanilla, azahar, trigo, margarita, para ti son los nombres de la muerte Porque España te ha llamado Toro.
Los Versos del Picador 1 Sobre el viejo caballo, que no es un caballo, que es el mar, que es un árbol, que es el viento. Y en la puerta de tierra de la hierba volverá a llamar en primavera. Con tu garrocha, que no es una garrocha, que es un fuego, que es la nieve cayendo, que es la muerte. Y en la puerta encendida de las flores volverá a llamar en el invierno. Hundes tu brazo de hierro en el toro, que no es un toro, que es el mundo, que es tu madre y es tu pecho. Y en el cielo de tus ojos volverá a volar cuando no haya nubes de leones. Picador, que no eres picador, que eras un prado, que ahora eres la noche, el hielo. Y volverás, alba, como un rayo a la nueva hierba, a iluminar las fosas que creías cumbres.
Una herida en el corazón del mundo, sangra bosques el cielo, sangra cielos el hocico del toro, sangran hierba tus ojos, sangran estrellas tus labios, sangra rosas tu cara, sangra caras tu cara, caen por ella tus vecinos y cae por ella la pared de tu casa, tu edificio, tu ciudad, por tu cara se derrama el mundo porque tu cara no es tu cara, es el agujero de la muerte y bajo tus pies y bajo las raíces del suelo hueco corren millones de pies de los muertos inquietos caminando por debajo. Porque el rugido de tu lanza hace brotar la lágrima en la piedra y despierta los rojos bisontes de la sangre en los cadáveres.
Un mugido del toro y hacia su sangre los que lo queremos caemos talados y hacia su roja hondura el llanto se despeña y hacia él caen los prados, las montañas y los cielos, hacia su pena grande como la lluvia en los desiertos y quedas solo, picador, en el aire solo, llenas de sangre tus manos y tu cuerpo, picador rojo flotando y girante en un viento quieto.
Sin ningún ser a quien zaherir ni matar, tú verdugo y herida, herida en el mundo solo y solo sin cielo ni raíces.
Enamorado de la muerte, iluminado de infiernos, tu corazón pare Vírgenes.
Alguien ha conducido a tu anciana madre a la dehesa dentro de los verdes cercados, entre los toros, que tu madre no es una mujer, que es la tierra, que es un bosque, que es el mar, que es un toro. Y cuando caiga como mujer y luego se alce a cuatro patas sobre las flores mugirá una canción de cuna ante tu losa. Tú has llegado entre vaqueros, tembloroso tu aguijón, a la montaña de su cara y con los truenos de tus manos de lluvia has alzado al toro de tu madre de entre los demás huidizos toros y no has hundido tu garrocha sobre su negra testuz porque no veías en ella a un toro sino a una mujer. Pero en el toro jamás verás (y en él habita, como en la hoja el campo o en cada brisa, el cielo) a tu madre.
Sobre el viejo caballo. Otro mugido del toro. Helado. Rojo. Sobre el viejo caballo.
Que no eres un picador. Eras la hierba. Sobre el viejo caballo. Que no es un caballo. Lluvia. Arriba de la vida. La muerte. La muerte
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