Los miembros del “segmento de plata” hemos vivido la mayor parte de nuestra vida ajenos a ese odio visceral, que nos ha convertido a los españoles en los últimos tiempos, casi sin quererlo, en una suerte de bandos enfrentados radicalmente. Los primeros treinta años de mi vida se han desarrollado en un ambiente de búsqueda de progreso, de mejora en las condiciones de vida y de una libertad bastante aceptable. Aunque persistía un rencor latente procedente de la guerra incivil. Después de la llegada de la democracia comenzaron a aflorar tendencias, ideas políticas y sociológicas distintas. Pero no irreconciliables. Dialogaban con respeto los de derechas y los de de izquierdas; mientras, la gran mayoría habíamos optados por una solución intermedia y conciliadora: el centrismo. Así lo reflejaron las urnas. Durante años tuvimos gobiernos de centro, de centro-izquierda o de centro-derecha moderados. La oposición apretaba, pero sin poner el pie en el pescuezo. Pero ha llegado una etapa en la que hemos vuelto a las andadas. Se ha comenzado a hablar de extrema izquierda y de extrema derecha. Las intenciones políticas se han radicalizado y, lo que es peor, han salido del ámbito estrictamente político para aterrizar en el día a día de los españolitos de a pie. Desgraciadamente, se vuelve a clasificar a todo el mundo como “fascista” o “rojo”. Sin medias tintas. Con un desprecio total a las opiniones del “otro”. Una actitud que teníamos olvidada por considerarla propia del primer tercio del siglo XX y que los miembros de mi generación apenas habíamos utilizado. Me niego en rotundo a calificar a nadie por sus ideas. Y mucho menos a considerarlas buenas o malas en función de su tendencia o sus palabras. “Por sus hechos les conoceréis”. Me parecen buenas todas las opciones políticas, siempre que vayan en beneficio de la población en general y no de las apetencias de mando por parte de los que las detentan. Hasta ahora no me había planteado si soy “rojo” o “facha”. Sigo sin saberlo. Desde que tengo uso de razón política me he considerado demócrata-cristiano. Un tipo raro que no desprecia ninguna idea siempre que sea razonable, factible, enriquecedora, con capacidad de mejorar y de escuchar a los demás. Sigo recordando el pasaje del Quijote en el que se plantea la discusión sobre si un vino sabía a hierro o a cuero. Al final descubrieron que en el fondo del pellejo había caído una llave con una argolla de cuero. Todo el mundo tiene sus razones. Pero busquemos “la razón” entre todos. Dice “el Quijote”: “callaron tirios y troyanos”. Un buen paso para el progreso y la conciliación.
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