Si se tiene en cuenta lo que Alberto Garzón ha dicho sobre las puertas giratorias en los últimos años y en muchas ocasiones, como puede comprobarse fácilmente en las redes, su abortada decisión de hacer una puerta giratoria para fichar por una empresa de tráfico de influencias era indecente.
Insisto, no lo digo yo, sino que ha sido el propio Garzón quien ha censurado así a los expolíticos que pasaban del servicio público a la empresa privada, haciendo exactamente lo mismo que ahora pretendía hacer el hasta hace poco coordinador general de Izquierda Unida.
A mí, esa práctica nunca me ha gustado, me parece que es éticamente muy cuestionable, pero yo no soy nadie para juzgar lo que otras personas deciden hacer con su vida, su trabajo o sus patrimonios. Que yo no lo hiciera nunca no me lleva a pensar que los demás hayan de tener los mismos principios y actuar de la misma forma en que yo actuaría.
Sí me parece desgraciado, sin embargo, que líderes de izquierdas de la generación a la que pertenece Alberto Garzón hayan sido muy estrictos a la hora de juzgar a los demás y que luego hayan terminado haciendo lo mismo. Nadie puede censurar a quien se compre una casa más o menos cara con su dinero, pero choca -o me parece incoherente- que lo haga quien antes ha criticado a otros por hacer exactamente lo mismo e incluso por un precio parecido. Y Garzón es libre de irse ahora a trabajar a donde quiera, pero tendría que haberse pensado mejor lo que dijo de otros expolíticos por casos idénticos. No se puede imponer a los demás un código que luego uno no está dispuesto a cumplir, y eso es lo que ahora, con el caso Garzón, ha vuelto a suceder, y lo que la gente le censura, yo creo que con razón.
Al menos, el intento de puerta giratoria de Garzón nos sirve para comprobar algo que ya se venía intuyendo. Las empresas como Acento, creada por dirigentes de diversos partidos de izquierdas y derechas y a la que se iba a incorporar Garzón, no se dedican precisamente a crear riqueza, ni a proporcionar servicios que tengan que ver con ello, sino a medrar y lograr favores e información privilegiada. Allí no se busca el saber hacer, la formación y la alta cualificación profesional que se precisa en consultoras de alto nivel, sino a gente con agenda y relaciones con quien toma decisiones sobre fondos públicos. Basta ver los curriculum de quien las conforma, sin apenas titulación (en algunos casos, sin ninguna) y sin experiencia profesional ajena a la política.
De hecho, el caso de Garzón no puede ser más calificador al respecto, pues los dueños de la empresa lo iban a nombrar Director de Prospectiva Geopolítica.
¿Se imaginan qué fiabilidad puede tener esa empresa y la prospección geopolítica que ofrecerá a sus clientes si ninguno de sus socios, ni el propio Alberto Garzón, han sido capaces de prever el enorme escándalo que iba a suponer que este último hiciera puerta giratoria, hasta el punto de tener que renunciar al puesto?
¿Cómo es posible que alguien que ha estado trece años en la cima de lo que llama el “ecosistema de la izquierda”, conformándolo él mismo en gran medida y dirigiéndolo, desconozca el ámbito en el que ha actuado hasta el punto de no anticipar las reacciones que se iban a dar cuando anunciara que hacía la misma puerta giratoria que había condenado duramente en multitud de ocasiones y en todos los medios de comunicación? Si eso no entró en su prospección ¿iban a entrar otros asuntos geopolíticos que le resulten más lejanos?
Me abstengo de hacer más comentarios, porque me parece que el mensaje que deja el escándalo producido por este intento de nueva puerta giratoria ha quedado muy claro. Es muy difícil que la democracia se consolide sin ejemplaridad por parte de los dirigentes y líderes políticos. Y está claro también que esta hay que exigírsela desde fuera porque no se ofrece motu propio ni por los que parecen más radicales.
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