El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, es una fecha transversal que ayer, a todos ocupó. Ignoro si se sabrá que en 1857, otro 8 de marzo, murieron unas obreras norteamericanas de la industria textil en Nueva York, víctimas de un incendio en la fábrica donde reclamaban por una jornada laboral menor. Luego, los feminismos propagaron la visibilización de la mujer por doquier y el día pasó a pertenecer también a la publicidad, además de a la propaganda política; incluso a las mujeres que ahora nos desean “feliz día de la mujer, que es todos los días”. A las mujeres del planeta, también a los hombres, contesto: no se necesita ser feminista, dedicarse a los estudios de género ni participar de movimientos sociales ni de partidos políticos o ser militante para recordar el 8M. Si se alcanzó un mínimo nivel de formación (transitamos el siglo XXI) y no se carece de sentido común, creamos que existe “la mujer” o que, en cambio, hay mujeres singulares “una-a-una”, el Día Internacional de Mujer, merece detenimiento. Quizá, así escribo porque mi abuela paterna, berlinesa de origen, se ocupó mucho de mí durante mi infancia y me enseñó algunas cosas. Por ejemplo, que hombres y mujeres nos igualamos en talento y obra, que era justo, ya entonces, pensar en aquello consabido de que “a igual tarea, misma remuneración”. No es que en Alemania las cosas fueran fáciles. Precisamente porque no lo fueron es que el Muterrecht, matriarcado, era de lo más normal del mundo. La cultura germana (incluyo a la vikinga), merced a sus guerras mundiales y consiguientes hambrunas, había puesto a las mujeres en situación urgente de bregar no sólo por el amor espontáneo a sus familias: padres, esposos; amantes o novios, hermanos e hijos se encontraban en el frente (o torturados, en los campos de exterminio; muchos, muertos u otros, deprimidos) y ellas debieron migrar para salvar el pellejo o quedarse, sobreviviendo a sus tragedias e intentando dar de comer a los suyos. No había proveedores (patriarcales ni no patriarcales).
En las culturas latinas, por lo demás, una Victoria Ocampo se refería al conocido “no me interrumpas” y gestionaba arte y literatura, no sólo para Argentina. Y mujeres trabajaban fuera de sus casas durante las conocidas crisis económicas y sociales en el continente, “en el Sur”. Y otras, se destacaban en sus profesiones o trabajos.
Cada vez que se piense, pues, que el 8 de marzo es un día cualquiera, del calendario porque el respeto a las mujeres se comparte como costumbre, parece oportuno recordar el legado histórico y que se reflexione más allá de la vida propia. El amor al prójimo habría que ponerlo en práctica (todos los días) ubicándose en la posición de la otra, aunque sea histórica, lo cual es bien sencillo: esta actitud no tributa impuestos y tampoco hace mal a nadie. ¿Verdad?
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