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Las cosas no van bien, ¿qué hacemos?

Cuando estamos con alguien, tenemos que explicar las emociones que nos rondan por la cabeza para evitar que nadie sufra
Violeta Torrejón
miércoles, 27 de marzo de 2024, 10:02 h (CET)

En todas las relaciones sociales que con el tiempo acaban siendo más íntimas, los comienzos suelen ser fáciles porque existe una motivación que hace que eso prospere, que vaya avanzando porque el interés emocional es mutuo por ambas partes. Y esto es aplicable para amistades o parejas. En todas ellas, es imprescindible que haya reciprocidad, que exista una conexión que funcione como la gasolina de un automóvil que propicia que día tras día se mueva y circule.


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Y es que si nos centramos en las relaciones íntimas, éstas suelen ser más complejas que las que entrañan solamente amistad, porque a la pareja le pedimos mucho más que a un amigo. A nuestra otra mitad, le exigimos, en la mayoría de los casos, una disponibilidad crónica o en su defecto, que actuara como nosotros lo haríamos y puede suceder, que no tiene por qué ser siempre así. Las relaciones de pareja suelen fluctuar según las épocas y también influyen de forma directa, las personas que ambos tienen alrededor y las circunstancias personales de cada uno.


Dos personas pueden conocerse en ambientes parecidos o incluso, en un mismo ambiente, para, con el tiempo, según sus caminos, cambiar. Y no es que sea malo cambiar, porque es obvio que es necesario hacerlo porque la vida nos empuja, pero sí que resulta nocivo sino mantenemos aquello que hacía que nos uniera a nuestra pareja. Existirán diferencias de todo tipo, desde económicas hasta sociales, pero lo importante es que el amor siga existiendo, que siga estando presente. Tiene que haber algo que haga que esas dos personas sientan la necesidad de estar juntos, de compartir momentos y ya no tanto, de un proyecto en común, pero sí de un presente y un futuro a corto plazo.


La vida resulta más enriquecedora cuando tienes a alguien a tu lado que te comprende, que sabe escucharte y te aconseja, ya sea para bien o para mal, pero la simple presencia del otro hace que todo sea más llevadero. Y es que esto resulta positivo cuando las dos partes se encuentran en un buen momento pero cuando los problemas entran en una pareja o cuando existen terceras personas, las cosas se pueden torcer. Existen los malentendidos, las discusiones, la falta de ilusión e incluso, las ganas de no querer estar con la que es tu pareja. Y es que las relaciones íntimas suponen altibajos cuando ya tienen tiempo atrás. Existen los días buenos y los no tan buenos, y eso, a veces, sin querer lo paga aquel que tiene más confianza con nosotros y que suele ser, esa otra parte.


Pero que las parejas discutan o que pasen por baches, no es motivo suficiente para que puedan dejarlo porque las relaciones sociales, como tal, son siempre así. Pueden existir momentos en los que deseemos estar solos, sin nadie, y otros en los que necesitemos tener a alguien al lado. Pero de un modo u otro, cuando estamos con alguien tenemos que explicar las emociones que nos rondan por la cabeza para evitar que nadie sufra. Los sentimientos no los podemos controlar y la fase de enamoramiento que al principio es la base del inicio de una relación se va transformando en algo completamente distinto, en el que cada miembro de la pareja, deberá establecer qué normas son las que rigen en esa evolución. Deben existir unos pilares sólidos para que, en caso, de grietas, existan métodos para sellar dichas brechas que harán que la pareja se fortalezca, o en el peor de los casos, acabar en una ruptura, pero siempre hay que dar la posibilidad de aportar soluciones y no tomar decisiones precipitadas porque cuando estamos enfadados o en desacuerdo, sólo somos capaces de ver blanco o negro, no hay términos medios y es que en la vida sí que existen esos términos medios que hacen que podamos reflexionar sobre aquello que puede o no mejorar. De las actitudes nuestras y del otro, depende la evolución y la resolución de los problemas de pareja.


Lo cierto, es que estamos en una sociedad en la que el recambio por un producto nuevo está a la orden del día y eso también es aplicable a las personas. Tenemos la tendencia a cambiar aquellas cosas, que a pesar de que al principio funcionaban, con el paso del tiempo si vemos que empiezan a fallar, sustituirlo por otras y la pena es que también lo hacemos con aquellas personas que nos hicieron sentir en plenitud sin tener en cuenta todo el camino recorrido y el esfuerzo empleado. Por lo que si algo no funciona, la opción más fácil y simple es la de dejarlo pero si existe algún modo de reparar los daños, lo más conveniente y aconsejable es intentarlo, porque cada una de las personas que forman nuestro entorno, son irrepetibles y más cuando se trata de aquellos que tienen un lugar especial en corazón.

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