Todo hay que trabajarlo en comunión y en comunidad, con un nuevo estilo cooperante entre al menos tres Estados, sin obviar el buen talante inteligente, lo que facilitará el entendimiento inclusivo y el brío solidario. Desde luego, el marco multilateral por excelencia hoy en día, se sustenta en la Carta de las Naciones Unidas, que no se limita a definir únicamente la estructura, la misión y el funcionamiento de la Organización, sino que también continua siendo el horizonte de la estética, para promover el espíritu armónico, respetando la dignidad de cada persona, defendiendo a su vez los pilares del Estado de derecho y advirtiendo sobre el cumplimiento de los derechos humanos. Sin duda, la unidad de nuestros pueblos está en repoblarse de pulsos y, además, en poblarse de conciencia.
Evidentemente, las diversas situaciones en el mundo deben hacernos reflexionar e invitarnos a promover el desarme y la no proliferación de contextos violentos, que lo único que conllevan es una crueldad tremenda, que nos impide divisar el horizonte con esperanza. Hoy en día, tenemos una carencia del derecho humanitario, que nos está deshumanizando por completo. Urge, por consiguiente, intensificar los hábiles y oportunos esfuerzos diplomáticos en favor de la supervivencia de todo el género humano. No podemos desfallecer en los sueños, tampoco de los renovados enfoques basados en un diálogo responsable, sincero y coherente. Jamás olvidemos que la cooperación internacional en el marco multilateral de las Naciones Unidas salva vidas cada día. Para ellos, nuestro mayor aplauso.
Sea como fuere, tanto mantener la vida como lograr la paz, persuade a forjar no sólo las condiciones propicias para que estas habiten, sino para que se mantengan. El entorno nos demuestra, que nadie puede gestionar por sí mismo nada, precisamos hacerlo al unísono; y, en este sentido, si el papel de la diplomacia es vital para aliviar las tensiones antes de que desemboquen en conflicto, también el multilateralismo es el único camino conjunto que nos puede sacar del atolladero de los particularismos y nacionalismos, que son esquemas del pasado. Abracemos esta visión alternativa de cooperación afectiva y efectiva. Es insuficiente pensar en los equilibrios de poder. Salgamos de la noche de la guerra y de la devastación inhumana, para convertir el futuro común en un amanecer resplandeciente.
Nos enfrentamos, en consecuencia, a la elección de dos caminos antagónicos. Por una parte, al fortalecimiento del espíritu cooperante multilateral, actitud de una renovada corresponsabilidad mundial, lo que conlleva a una acción donante cimentada en la justicia y establecida en el amor auténtico, para regenerar vínculos y rehacer como familia humana. O proseguir, con el espíritu de lo maligno, como es la envenenada senda de la autosuficiencia, el individualismo y el aislamiento, golpeando a los desfavorecidos y dejando en la cuneta del desprecio a los más vulnerables, causando autolesiones a todos. Esta última opción no debe prevalecer, hay que tomar la senda de la concordia, en la que nadie quede discriminado por no tener poder ni recursos económicos.
La energía del multilateralismo es una clarividencia versátil, nos recuerda el estímulo inspirador, de que juntos somos más fuertes. Teniendo esto presente, la claridad es manifiesta, lo que requiere un cambio de dirección y de sentido en nuestro paseo existencial. Con los medios tecnológicos y la cognición social, sumado a un marco ético más fuerte, podremos superar el descarte y los inútiles enfrentamientos. Los desafíos más acuciantes de nuestro orbe son de naturaleza mundial, así que demandan soluciones globales. Por este motivo, al mismo tiempo, lo que se ha dado en llamar la diplomacia preventiva, igualmente resulta primordial para proteger los esfuerzos comunitarios, sobre todo para ayudar a solucionar las posibles controversias surgidas. A la sazón: Albor y ternura, ¡siempre!
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