Un pequeño jardín interior donde brotan diversas flores y plantas, e incluso algún que otro árbol tropical, es el patio que da acceso a la sala donde se organiza el acto. Es la noche de los libros y la Asociación Colegial de Escritores, de la mano de la Fundación de Ferrocarriles Españoles, ha organizado un pequeño evento, que no es otra cosa que un tributo a nuestro poeta Vicente Aleixandre.
Sobre una pequeña tarima, montada a modo de improvisado escenario, se alza una guitarra española que será la encargada de acompañar la voz de Ana Cuenca, irreverente cantautora que ha tenido el valor de ponerle música a las letras de la poesía de Aleixandre. Al lado de dicha guitarra un pequeño atril con un micrófono dará voz a los versos recitados por otros poetas que acompañan el acto.
Una sala en tonos verdes pastel y ribetes de pan de oro acogen a los congregados al evento que, en su mayor parte, se encuentran más cerca del declive de la vida que de la emergente juventud. ¿Será, quizá, un mensaje subliminal de esa paradoja perpetua de la cultura, moviéndose en las coordenadas cercanas a la muerte y al olvido?
En algún que otro instante queda patente el mal llevar de nuestros mayores con las nuevas tecnologías. De vez en cuando algún que otro móvil irrumpe en mitad del discurso de manera profanadora con un anuncio o video de youtube que salta a todo volumen de las tripas de ese invento del diablo: el teléfono última generación. Hay que tener paciencia y esperar que quien tiene entre sus manos temblorosas el artefacto logre silenciarlo con gestos entre abochornado y sonrojado.
Todas las adversidades se superan y hay un momento en que la luna se funde con el sol y los versos de amor brotan, como los pétalos rojos y anaranjados de esas plantas del patio exterior, para fundir a cada uno de los asistentes en la fragancia embaucadora de la poesía.
Ana Cuenca toma entre sus manos la guitarra y sus ágiles dedos dan vida a la música y a ese poema de Aleixandre que lleva el mismo título, Vida, perteneciente a su libro La destrucción o el amor. La pasión incendia el interior de los asistentes y un torrente de savia recorre las venas para envenenarlas de sueños, de sol, de aire fresco, del latido vigoroso del mar y sobre todo de la sensación de una piel desnuda por el amor. Es la poesía en estado puro del, tristemente olvidado por nuestras autoridades, Premio Nobel de Literatura.
Al terminar la pequeña sonata, es entonces, cuando me viene a la mente la poca entereza de nuestra clase política. Uno nunca se libra de haber mamado de los de abajo, diría Rafael Chirbes en sus Diarios. Es el imborrable estilema de clase que le acompaña a uno de por vida. No puedo entender cómo se está dejando morir la memoria de Aleixandre en manos de la avaricia y de la usura. Sí, tanto la de sus herederos que buscan la mayor rentabilidad económica como la de la Administración que no pone mucho interés en salvar el enorme legado del escritor y en la protección de la que fue su casa durante tantos años. Tanto es así que lo único que parece importar es que si la vivienda llega a manos de particulares la fachada quede igual y se siga manteniendo el cedro del Líbano que plantó el propio Aleixandre. Y en ese terreno de nadie, en ese continuo desprecio por la cultura y por el poeta, la casa por la que tantos escritores pasaron se irá deteriorando hasta caer derruida, devorada en sus cimientos, símbolo del escaso aprecio por la cultura en nuestro país.
A quien le importa que en nuestra historia de la literatura hubiera un hombre que achacado por la tuberculosis dedicara su vida a las letras y llegara a ser considerado Premio Nobel de Literatura. Y no hablo de Camilo José Cela, ni del afán propagandístico basado en los exabruptos televisivos, sino que hablo de la luz reflejada en el mar de Neruda o en los limoneros de Machado, del destello de los versos que emanan por entre los ladrillos y las lápidas, sorteando el silencio obligado y el enamoramiento al que lleva la pasión por vivir. Un hombre que, atenazado por el franquismo, encerrado en el interior de sus propias fronteras, se dedicó a escribir al amor en verso libre. Un poeta que reunió en su casa, en esa misma que ahora se deja morir agonizante, a muchos de los grandes poetas y escritores de nuestra literatura: Azorín, Baroja, Salinas, Cernuda… A los mejores exponentes de la Generación del 27 y de la Generación del 98. Perfiles, todos ellos, reunidos en ese idolatrado libro de Pere Gimferrer: Los encuentros.
Pero parece que a nadie le importa que todo esto quede enterrado en el olvido de la ignorancia. Ni a una izquierda que se autoimpone la medallita de progre y que su único interés parece ser el dar voz a la leyenda negra del colonialismo fomentada desde la pérfida Albión. Ni a esa derecha que se puede haber maquillado para dar otra imagen, pero que siguen siendo los hijos de los señoritos franquistas, solo que en la actualidad destilan mejor educación. Una joven derecha viajada, distante del autarquismo, que ha adquirido un toque de textura intelectual, distante a las beatas de rosario o los costaleros de Semana Santa. Una derecha que le ha dado la vuelta a la creencia religiosa y que la ha convertido en festividad. En la gomina y el finito de las casetas elitistas de la Feria de Abril de Sevilla. Los niños guapos de traje y chaqueta que ya no llevan corbata para ser más chic, sin traicionar a las costumbres, a las buenas costumbres, y al vestir elegante. Puede que hayan cambiado las gafas de sol oscuras de aviador y el bigotito fino por la barbita recortada y el pelo estilo sombrilla con flequillo domado al aire, pero lo que no pueden esconder es su desprecio por la cultura, por esa literatura crítica, libre e incluso combativa que nace por la pasión de vivir y que saca los colores a las diferencias sociales.
La cultura no da dinero y la derecha ha estado siempre muy cercana al dinero y a los réditos. Tanto como lo empieza a estar nuestra izquierda desdibujada. Parece que, hoy día, el dinero solo tiene salida para mascletás hermanadas, para convites que fomenten el chotis y financien verbenas identitarias, para contubernios que no dejan de ser fiestas privadas amparadas bajo la promoción de la igualdad de la mujer. Para eso sí hay dinero. Pero no hay money para salvar Velintonia, la casa donde vivió y murió Vicente Aleixandre. La morada donde se esbozaron los geniales perfiles de los mejores personajes de nuestras letras. No hay dinero para convertir su casa en un pequeño museo, en un diminuto tributo a uno de los grandes de nuestra literatura.
Sin duda alguna, para los políticos, es mejor condenar al pueblo al folclore, a la fiesta estéril, a la captación del voto por lo fácil. Es mejor tener un pueblo ignorante y entretenido, a quien no se le pase por la mente leer un solo verso de Vicente Aleixandre. De alguien que, influido por la lectura de Misericordia de Benito Pérez Galdós, dejó de lado sus estudios de Derecho para terminar de volcar su vida hacia la literatura, arrastrando justo a sí una inseparable tuberculosis. Un tipo de mirada cálida y ojos despiertos, de sonrisa siempre dispuesta para ver el lado alegre de la vida que se vio obligado a esconder su bisexualidad, sus amores truncados con José Manuel García Briz, con Andrés Acero o con Carlos Bousoño, entre otros. Reconocido antifascista que decidió adentrarse para siempre en un exilio interior para sobrevivir. «Nunca perderemos España del todo mientras viva Vicente Aleixandre», llegó a escribir Max Aub. Padre poético y consejero de nuevas generaciones como Jaime Gil de Biedma, Gabriel Celaya, José Hierro o José Agustín Goytisolo.
El gran problema no es otro que el mismo de siempre. El que infecta nuestro esqueleto. La baja estofa de nuestros políticos incapaces de ponerse de acuerdo entre el Ministerio de Cultura, el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, para salvar a un grande de nuestras letras. Falta, como de costumbre, la voluntad política. Estamos, sin duda, ante la permanente conjura de los necios.
El eterno lenguaje maquiavélico de esa izquierda snob, de postín, por un lado; y el óxido perpetuo de la derecha apoltronada en sus castillos y torres de marfil, por otro.
Lejos de todo ese mundo de la política me quedo con la sensación imborrable en el alma cuando en mi juventud tomé entre mis manos un volumen titulado Espadas como labios. Fue entonces cuando fui capaz de entender que la poesía es antorcha del pensamiento y manantial del amor, como dijera Rubén Darío. Los versos de Aleixandre, son un guiño al misterio de lo que debió ser, a la intensidad de vivir dulcemente, il colpo del cuore, el latido del corazón en cada una de las páginas en las que se dibuja la Sombra del Paraíso.
Solo eres tú, continua, graciosa, quien se entrega, quien hoy me llama. Toma, toma el calor, la dicha, la cerrazón de bocas selladas. Dulcemente vivimos. Muere, ríndete. Solo los besos reinan: sol tibio y amarillo, riente, delicado, que aquí muere, en las bocas felices, entre nubes rompientes, entre azules dichosos, donde brillan los besos, las delicias de la tarde, la cima de este poniente loco, quietísimo, que vibra y muere. Muere, sorbe la vida. Besa. Beso. ¡Oh mundo así dorado!
(Vicente Aleixandre)
|