Cuenta Irene Vallejo que San Agustín se quedó absolutamente perplejo al ver al obispo de Milán leyendo para sí mismo, al ver cómo “sus ojos transitaban por las páginas, pero su lengua callaba”. La anécdota la usa la escritora —siempre elegante, delicada y tensa— para argumentar que, hasta bien entrada la Edad Media, la lectura se hacía solo en voz alta, de ahí la extrañeza del filósofo, que veía, por primera vez, un lector tal como nosotros lo imaginamos.
Leer es un ejercicio de extraño adentramiento en uno mismo y en un lugar ajeno. Alguien luminoso me regaló en cierta ocasión Leer, un libro del fotógrafo André Kertész editado por Perférica & Errata naturae. En cada una de sus páginas se ve una fotografía, en blanco y negro, de alguien leyendo. Cambian los lugares, las posturas, los gestos, pero siempre se reconoce esa suspensión de la realidad que nunca llega a ser absoluta, de ahí que el fotógrafo insista en mostrar el contexto que rodea al lector.
Recuerdo, cuando era pequeño, la facilidad con que mi padre se aislaba de los ruidos familiares con la lectura. La batidora sonora de la tele, nuestras voces descuidadas, el crepitar de la sartén en la cocina…, toda esa cháchara de la realidad quedaba para él desenfocada y, de hecho, había que llamarle varias veces para conseguir regresarlo al mundo compartido. Sigue siendo un ávido y lúcido lector, por cierto.
Tal vez sea “Continuidad de los parques” el relato donde mejor se recrea ese mundo mixto que crea la lectura. En este cuento, un hombre lee una novela policíaca. Dice el narrador que el protagonista “gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba”. Solo al final del cuento descubrimos, asombrados, en tan solo unas pocas palabras finales, que el camino es de ida y vuelta. Probablemente nadie como Julio Cortázar ha mostrado la dualidad existencial de la lectura.
Leer es habitar en las palabras de otro por un tiempo, dejar la propia identidad suspendida, como quien guarda la ropa en la taquilla de la piscina sabiendo que luego la recuperará. Sin embargo, es posible que solo en esos momentos seamos nosotros mismos, cuando quedamos en parte desgajados del mundo, desligados de un espacio y un tiempo que se difumina como tiza borrada con la mano. Cada lectura es una creación única y propia. Solo cuando lees, eres un dios para ti mismo.
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