Olvidemos lo más superficial que estos días ha copado la batallita entre los dos mandatarios: frases y gestos más o menos hirientes, uso político y electoral de uno y de otro, hipérboles procedentes de los afines, retirada de embajador, horas vacuas de telediario, tertulias analizando palabras y formalidades, etc.
Debajo de todas estas chorradas y pérdida de tiempo hay un debate de fondo pendiente mucho más interesante: nada menos que los dos modelos de sociedad que van a pelear (ya lo hacen) por ser hegemónicos en el planeta en las próximas décadas. A un lado del ring, tenemos el modelo representado por Sanchez, la socialdemocracia estatista imperante en Occidente desde la mitad del siglo pasado; en el otro lado, abanderado por Milei, encontramos una versión algo más ambiciosa del liberalismo clásico, al que denominamos libertarismo, movimiento e ideología que no es nueva, tiene décadas de existencia, conceptualización e, incluso, ramificación ideológica. En definitiva, el combate es entre el estado y la libertad individual -que no individualismo-.
Lo que ha pasado en Argentina el pasado noviembre es algo inédito pero no será una excepción. Que un libertario, un anarcocapitalista, alguien que, por tanto, proclama nada menos que la abolición del estado y que prometió una catarata de recortes y temporales sufrimientos haya ganado las elecciones con el 56% de apoyo no se va a quedar como una de esas anécdotas de la historia. Pocos analistas están dimensionando el asunto como merece y nos estamos perdiendo todos en la superficie; unos en la creación de un muñeco de paja con peluca al que darle de ostias; otros, tratando de ubicar y etiquetar al boludo. En Argentina empezó a visualizarse el principio del fin del estado tal y como lo conocemos y la pérdida de hegemonía en Occidente de la socialdemocracia. No será un camino lineal y llevará su tiempo. Si imaginamos este recorrido como si fuera una gráfica, sería algo parecido a la que dibuja la cotización de bitcoin. Soy consciente de que mis palabras parecen expresar mas un deseo que una realidad; algunos las interpretarán en un contexto distópico -"sin estado, el caos"-; sin embargo creo que ya no hay vuelta atrás y va llegando el momento de tomar medidas y optar.
Argentina es la punta del iceberg, allí el estatismo populista se enterró a sí mismo embalsamado en los excesos de estas ideologías tan dependientes de la política de masas, del gasto, del derroche y de la demagogia. En el resto de latinoamérica la transición será más rápida si a Milei le sale más o menos bien la cosa. Si no, tardará un poco más, pero llegará. En Europa y EE.UU, las crisis de deuda que llegarán tarde o temprano traerán consigo el fin de fiesta, la pérdida de hegemonía mundial que el viejo continente, por su parte, ya lleva probando cual dosis regular de ricino desde hace décadas. La crisis final del modelo llegará antes a los países que mas fiesta hayan tenido - España e Italia son claros candidatos- que a los más austeros y -por tanto ricos- de Europa.
El escenario que tiene los días, o los años, contados es el siguiente: políticos y mafias en forma de partidos tratan de anclarse al poder exprimiendo al máximo las posibilidades del hegemónico 'progresismo': continua subida de impuestos, deuda pública sin límite y 'derechos' sociales a tutiplen. Todo ello aderezado con la salsa de lo identitario, haciendo sentir a la gente la pertenencia a algo; es la vuelta a la tribu. A la mitad se le fuerza a sentirse buena persona solo si traga con la cesión de derechos a otros; la otra mitad está formada por minorías que se sentirán empoderadas, liderando la sociedad y manteniendo en el poder a esa mafia que les otorga el estatus y los derechos sociales y económicos.
El círculo vicioso se completa con la continua petición de más derechos - sin límite, al igual que la deuda y los párrafos del BOE- por parte de los colectivos previamente beneficiados.
El pensamiento mágico de que todos los derechos imaginables son exigibles al estado y financiados sin mayor problema no tendrá un final pacífico. Hay demasiadas capas de la sociedad mimadas y clientelizadas: pensionistas, funcionarios, desempleados crónicos, subsidiados de todo tipo y condición, becados públicos, colectivos sociales y sindicales que viven de nuestros impuestos, etc. Hay un dato terrorífico: apenas un tercio de la población sostiene económicamente a los otros dos tercios. Unos 17 millones de trabajadores mantienen de forma directa o indirecta a más de 30 millones de personas. El barco ya está demasiado lleno y este Titanic ya no puede virar. Personajes como Sánchez son los capitanes y guardianes de este modelo caduco que va al desastre.
Todo esto ha eclosionado en Argentina, que trata de rescatar al liberalismo de siempre; ese que trajo la prosperidad a Occidente, ese que lleva cerca de un siglo viendo como se expropia la riqueza que genera sin freno, aquel que ahora hay que renombrar porque ya nos habíamos olvidado de él y de su propio nombre.
Se trata de quitarle a la política todo o parte del poder que hemos delegado o que nos han arrebatado y devolvérselo a la ciudadanía; de devolver el protagonismo a los individuos y grupos voluntariamente formados frente a los colectivos inflados y dopados artificialmente por el poder; la vuelta del asociacionismo frente al colectivismo; cambiar el populismo, la extracción de lo generado por nuestro esfuerzo y la política de las emociones por la cultura del esfuerzo, la madurez y responsabilidad individual.
Se trata de poner freno al pensamiento mágico, alinear necesidades reales, gastos posibles y financiación, sobre la base de la corresponsabilidad y libertad fiscal de cada comunidad política; de dejar atrás la centralización en la toma de decisiones y reducir progresivamente hasta el hueso o más allá a los estados. En una sociedad informada y responsable, no hay nada que las compañías de seguros, la iniciativa privada, el asociacionismo y la solidaridad no puedan hacer - y mejor- que lo que hace o pueda hacer un estado.
Es momento de tomar decisiones, de adelantarse a un futuro próximo que se nos viene encima. Se quiera o no, debemos tomar conciencia de que los estados son cada día entes más inútiles para una sociedad que ha cambiado mucho desde que surgieron. La sociedad industrial que buscó cobijo en los estados y se desarrolló en parte gracias a ellos, está dando pasos agigantados hacia la era y la economía del conocimiento, en la que los estados y la ideología que hoy los alimenta y engorda, ni están, ni podrán estar.
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