Llega un momento en la vida en la que, por diferentes cuestiones, te pones a recordar, ya sea porque alguna persona cercana ha sacado un tema que te ha evocado a ello o porque, simplemente, la situación ha generado algún tipo de pensamiento que permanecía guardado desde hace años.
Todos recordamos los inicios y contactos del primer noviazgo donde la inexperiencia estaba presente, donde existían los nervios y las emociones auténticas ante cualquier suceso. Con ese primer amor, se fue formando parte de la personalidad que influirá, después, en la forma de comportarnos con otros, en la edad adulta. Fue en esa etapa donde confluyeron dos personas que caminaban al mismo ritmo con respecto a los acontecimientos vitales, ya sean de compromiso, futuro o intenciones. Los dos quieren lo mismo, los dos están intactos de daño, no traen taras a la relación, no están enajenados, no cargan una mochila de piedras que les impide avanzar o un saco de miedos que hace que se queden paralizados. Son dos seres humanos que lo único que desean es tenerse el uno al otro para siempre sin nada que les pueda afectar.
Y es que, con el primer amor nos comportábamos y relacionábamos de forma más sincera que con nuestra pareja actual o con las que vendrán, y eso no es porque sean otros, sino porque la inocencia es lo que marca la belleza de esos primeros instantes en los que sentimos y entendemos lo que es estar enamorado pero, por desgracia, con los años y el dolor, nos transformamos de una forma espantosa y damos, a veces, lo peor faceta a aquellas personas que formarán parte de nuestra vida amorosa.
No es fácil entender qué nos ha sucedido en el camino porque no sabemos en qué determinado momento hemos cambiado tanto. No somos conscientes de que ahora ya no tenemos nada que ver con aquella ilusión que albergábamos en el primer amor. Todo evoluciona y en aquellos momentos los tiempos eran los mismos, mientras que ahora, siendo mucho más adultos, nos juntamos con personas que ya han vivido experiencias que uno todavía no, o viceversa. Existirán personas con diferencias de edad, con hijos a su cargo, con hipotecas aún no liquidadas e incluso aún compartidas, recién divorciados, en trámites de separación, en lucha constante por la custodia de los hijos, alquilados, viviendo aún en casa de sus padres, obsesionados por el trabajo, desempleados… Es decir, se trata de un abanico de situaciones donde las mentiras, muchas veces, piadosas, pueden estar presentes por el hecho de ocultar la triste y difícil realidad que les está tocando vivir. No podemos enseñarnos tal y como somos ya, ni tampoco podemos contar nuestros miedos reales o problemas porque albergamos tal dolor y situaciones negativas a nuestras espaldas que, quizá, la otra persona que se plantea si estar con nosotros, prefiera permanecer solo. Y es que con el primer amor, no había nada de eso, era el sueño, ahora quizá un poco absurdo, de formar una familia con hijos y comprar una casita en el campo.
Con todo esto, está claro, que también aprendemos aquellos errores o actitudes que no debemos tener con nuestras futuras parejas porque el primer amor sirve para entender que no existe un libro de instrucciones aplicable para todos, si no que somos personas que nos hemos desarrollado en entornos diferentes y que según nuestras experiencias, actuaremos en consonancia con amigos y parejas. Con el primer amor, según su duración, aprenderemos que nada es para siempre, que cualquier sueño puede torcerse, que las ilusiones no dependen de los comportamientos del otro, que las promesas pueden romperse porque nadie es estático, que la confianza puede quebrarse en un instante, que las mentiras cuando aparecen lo hacen disimuladamente, que fingir es algo necesario para evitar problemas, que las preocupaciones cuando se comparten pesan un poco menos, que las alegrías son solamente de uno, que admirar por amor es una gran equivocación, que enamorarse no significa perder la cabeza, que las relaciones son un camino de baches donde existirán discusiones y malentendidos, que querer a alguien no es darle siempre la razón, que los proyectos de futuro pueden cambiar y que sobre todo, amar es darle el espacio, categoría y puesto que se merece en la vida de la otra persona. Por todo esto, el primer amor nunca podrá ser igual que los posteriores, sencillamente, porque un corazón sin huellas o señales y con tanto esplendor, no es lo mismo que uno lleno de cicatrices y marcas.
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