El mes de junio ha sido tradicionalmente un tiempo especial para la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Esta devoción no solo encuentra su raíz en la celebración litúrgica de esta festividad, sino que también busca manifestar el amor que Dios tiene hacia la humanidad y la respuesta amorosa que debemos ofrecerle.
La Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad revela la plenitud del amor divino hacia la humanidad. Jesús no solo enseñó con palabras sobre el amor de Dios, sino que lo demostró con acciones concretas durante su vida terrenal. Este amor se expresa de manera tangible en las apariciones del Sagrado Corazón a varios santos a lo largo de la historia, siendo especialmente significativas las revelaciones a Santa Margarita María de Alacoque en el siglo XVII.
Las palabras del Sagrado Corazón a Santa Margarita revelan la intensidad de su amor y su deseo de ser correspondido. Jesús invita a la comunión frecuente, especialmente los primeros viernes de mes, con un sentido de reparación por las ofensas recibidas en el sacramento de la Eucaristía. Esta devoción se profundiza en la experiencia mística de Santa Margarita, quien describe el amor apasionado de Jesús hacia la humanidad y su deseo de que todos se beneficien de los dones de su Corazón.
El culto al Sagrado Corazón ha sido alimentado por numerosos santos que han experimentado la ternura y el consuelo de la Virgen María, quien también es presentada como madre y mediadora en estas revelaciones. La devoción al Sagrado Corazón, por lo tanto, implica un llamado a la reparación por la indiferencia y el abandono del amor divino, así como una respuesta amorosa y confiada a la invitación de Jesús a unirse a él en íntima comunión.
Jesús experimentó en su corazón una gama completa de emociones humanas, desde la alegría hasta la tristeza, la compasión y la pena. En el Evangelio, vemos cómo Jesús se conmovía por la multitud, describiéndola como ovejas sin pastor, evidenciando su deseo constante de reunir a todos bajo su cuidado y guía. Sin embargo, también expresó su dolor por las reiteradas desilusiones, como las dirigidas a Jerusalén, lamentando cuántas veces había querido reunir a sus hijos, pero estos no lo permitían.
Ante tanta agresividad fruto de la ignorancia que domina el mundo, esta devoción al Sagrado Corazón también nos llama a desagraviar por la indiferencia y el abandono ante este amor. Reconocemos que el amor solo puede ser respondido con amor, y es nuestro deber corresponder a este amor divino con gratitud y adoración.
La Virgen María, por su parte, representa ternura y consuelo en este contexto devocional. En una ocasión, le aseguró a Santa Margarita María de Alacoque que no tenía nada que temer, porque ella sería su verdadera hija y siempre la protegería como su buena madre. La experiencia mística de Santa Margarita revela la intensidad del amor de Jesús, descrito como flechas ardientes que consumían su corazón, llevándola a abandonar sus resistencias y vanidades.
Jesús mismo se revela como el esposo de las almas devotas, prometiendo fidelidad y cuidado incluso antes de que el mundo tuviera parte en sus corazones. Esta relación espiritual se describe como unos días de desposorios, donde se experimenta la dulzura del amor divino, pero también se enfrenta a las espinas del sufrimiento que solo pueden ser soportadas con la fuerza del amor de Cristo.
Las revelaciones a Santa Margarita revelan la intensidad del amor del Corazón de Jesús hacia la humanidad, representado por un trono de llamas rodeado de una corona de espinas y una cruz, simbolizando las amarguras de su vida terrenal y pasión redentora. Jesús se presenta como un manantial de amor puro, derramando incontables gracias sobre la humanidad, a pesar de la ingratitud y el olvido recibidos.
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