Por mi fe, por costumbre o por necesidad, asisto a la Eucaristía del domingo desde que tengo uso de razón. De pequeño acompañaba a mis padres. Cuando comencé a volar solo, tuve la suerte de coincidir con una serie de amigos, que aun conservo gracias a Dios, que tenían también arraigada esta devoción. Me fue muy fácil mantenerla. En mi familia hay de todo. Desde los que pasan por completo de la Misa, los que van en ocasiones especiales o, los menos, que son fervientes parroquianos, que dan a diario razón de su fe. La mayoría de mis nietos hacen la primera Comunión y la segunda “la dejan para más adelante”. Todo esto viene a cuento de que he asistido a misa en muchas ciudades distintas y en idiomas diferentes. Normalmente me agrada observar la pluralidad en las homilías y el comportamiento de los fieles en cada ocasión. Destacan por su singularidad las de rito oriental o una que asistí en Nueva York en un templo irlandés. En nuestra querida Málaga hay para elegir. Personalmente acudo siempre a la de mi barrio, o a la cercana a mi paraíso veraniego. Ahora ando por la costa oriental y me he vuelto a encontrar con una agradable sorpresa. El párroco celebrante nos recibe con un saludo sincero y cariñoso. Nos invita, después de recibirnos con fuerte voz un “buenas tardes”, a participar “en el momento más importante de la semana”. Sus homilías no se alargan demasiado y dice lo que tiene que decir en un tiempo razonable. Un trabajo muy bien hecho y excelentemente participado por los feligreses. De esas misas sale uno alegre, reconciliado consigo mismo y con el mundo. Dispuesto a afrontar una semana con el máximo de paz posible. La buena noticia de hoy me la transmiten esa serie de párrocos que realizan una labor callada, de asistencia a los enfermos y los necesitados y de servicio a la comunidad en general. Nada que ver con algunos otros, los menos, que suenan mucho por meter la pata y son la excusa para despotricar contra la Iglesia. Termino diciendo que me siento muy agradecido a aquellos que dedican su vida, gratis et amore, a transmitir la auténtica buena noticia. Esos curas que atienden a cuatro o cinco pueblos y dejan su vida en las carreteras.
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