Durante gran parte de mi vida me ha costado mucho trabajo aceptar mis errores. Se supone que es por un prurito de egolatría, o por la tendencia natural que tenemos los seres humanos de “mantenella” en vez de “enmedalla”. Gracias a Dios uno va madurando. “A la vejez viruelas”. Y cada vez me cuesta menos trabajo comprender que uno es una máquina de cometer despistes, liarse con el teclado o confundir “tirios con troyanos”. Cada vez que me equivoco, especialmente en mis escritos -que se hacen públicos-, tengo un par de amigos y algún familiar que me llaman la atención y me hacen aprestarme a solucionar el error. Siempre culpo al teclado, a las gafas o a la rapidez. La verdad es que me equivoco y ya está. Con lo de la ortografía es otra cosa. Presumo de no cometer faltas y usar adecuadamente las malditas tildes. Pero entre el corrector y los años se me escapan algunas. Y eso queda para siempre. En la radio es distinto. Cuando haces un programa, dices cosas raras o erróneas… que casi siempre cuelan. Me decía un día el añorado Alejo García que el micrófono se lo traga todo. Salvo que haya alguien grabando. Hace unos días pude oír la repetición de la noticia leída por una locutora de prestigio, que dijo que en Francia se celebraba el aniversario de la “toma de la pastilla”. Parece ser que la revolución francesa fue a fuerza de grageas. Como conclusión estimo que debo seguir escribiendo. Con los errores propios acumulados en el cacumen de un miembro del “segmento de plata”. Y que me sigan advirtiendo de mis equivocaciones. Una cura de humildad nos viene muy bien a todos. Una vez más. Disculpen mis “deslices”. Una mala tarde la tiene cualquiera.
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