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Si yo voy caminando por la calle y alguien viene a mí para hablarme de su religión, eso es hacer proselitismo. Pero si soy yo el que va a buscarlo, eso no es proselitismo. Según dice la Biblia, es Dios el que hace tanto el querer como el poder. Pero, si alguien se convierte por su labia, ¿le estamos quitando el puesto a Dios? ¿Con qué objeto? ¿quizás para ganar puntos?
El proselitismo es el acto de intentar convencer a terceros para que se conviertan a una religión o adopten un punto de vista, a través de la prédica, la oratoria y distintas estrategias argumentales y discursivas. Proviene del griego prosélitos, “recién llegado (en un país extranjero)”, pero llegó al español a través del latín eclesiástico (prosélytus), empleado en el Medioevo como sinónimo de “recién converso”, o sea, de aquellos que recientemente habían adoptado la religión cristiana. la mayoría de los credos lo consideran legítimo cuando consiste en ganar adeptos a través del convencimiento puramente espiritual, En cambio, se lo condena cuando se realiza a través
de acusaciones a los demás cultos, o del empleo de la coacción moral, física o verbal. Esto es lo que se suelen hacer algunas religiones en sus predicas: criticar a otros credos ridiculizándolos como estrategia para ganar adeptos.
Si uno fuera responsable de publicidad de BlackRock y otros fondos estadounidenses en España -o responsable de titulares de los grandes medios de comunicación que controlan- estaría de acuerdo -aunque lo confesara en la intimidad- que nuestro titular como eslogan sintetiza la contradictoria realidad.
En muchos municipios se llevan a cabo campañas institucionales para que sus alcaldes o alcaldesas visiten asiduamente la periferia y los barrios de sus municipios o ciudades. Hasta este punto, todo correcto, ya que periferias y barrios también necesitan infraestructuras, reparaciones y arreglos, porque aunque no estén situados en el centro y no sean tan visibles, también existen y forman parte de una ciudad.
Decíamos que la censura de hoy no necesita ni tijeras ni brochas. Más sutil, le basta con volcar toneladas de paja sobre la aguja de oro (la información veraz) y a su vez fomentar animadversiones contra aquellos que no comulguen con ruedas de molino. Todo esto tiene un efecto degenerativo: que la mentira consentida o compartida, sin reproches morales, impregne todo el pensamiento. Amoralidad y ausencia de reflexión crítica.
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