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Orgullo nacional

​Tenemos que hilar muy fino cuando enseñemos a nuestros hijos
Octavi Pereña
lunes, 12 de agosto de 2024, 10:52 h (CET)

En el escrito “A rezar por el futbol” que escribe María-Paz López, la escritora redacta: “Los cristianos ven en la Eurocopa una fiesta deportiva que encaja con valores”. El deporte de élite no es tan bueno como se le vende. El apóstol Pablo nos transmite una señal de alerta: “Porque el ejercicio corporal para poco es provechoso. Pero la piedad todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente y de la venidera” (1 Timoteo 4: 8). No tenemos que ver en las palabras del apóstol un negacionismo de los beneficios saludables que aportan los ejercicios físicos no profesionales. De la misma manera que aconseja a su discípulo Timoteo: “y no bebas agua, sino toma un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes dolencias” (1 Timoteo 5: 23). A pesar del mal uso que se hace del vino el apóstol no le quita su valor terapéutico en según qué ocasiones. A pesar de que “el ejercicio corporal para poco es provechoso”, los verdaderos cristianos tenemos que aprovecharnos de sus beneficios terapéuticos. Por la fe en Cristo y por la misericordia del Padre celestial, los cuerpos de los cristianos se convierten en templo de Dios por el Espíritu Santo que mora en ellos. En lo que dependa de nosotros tenemos que mantener sano el cuerpo para gloria de Dios, para el propio bienestar y por la bienandanza social. El ejercicio corporal juega su papel en conservar sano el cuerpo.


Hecha esta distinción, aprovechemos la ocasión que nos brinda la Eurocopa y los Juegos Olímpicos en Francia para hablar del deporte de élite y profesional. El deporte profesional es muy exigente. Requiere superar marcas previamente conseguidas, lo cual genera graves problemas de salud mental y física en los deportistas. Ello nos mueve a preguntarnos: ¿Vale la pena pagar un precio tan alto para conseguir una medalla de oro? La respuesta tienen que darla los deportistas que se accidentan y que enferman mentalmente.


El deporte de élite no es solamente una cuestión individual del deportista. El Estado está muy interesado en meter la nariz en el asunto para convertirlo en razón de Estado. El rendimiento deportivo y las medallas que le acompañan es motivo de orgullo nacional. Este orgullo se nutre de los deportistas que físicamente quedan tullidos y mentalmente afectados en el camino a subir al podio.


Dos textos bíblicos que ponen en el lugar que le corresponde al desmesurado valor que se le da a la Nación: “He aquí que las naciones le son (a Dios) como gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas le son estimadas, he aquí que hace desaparecer las islas como polvo” (Isaías 40: 15). “Como nada son las naciones delante de Él (Dios), y en su comparación serán estimadas en menos que nada, y que lo que no es” (Isaías 40: 17). De manera muy clara Dios valora a las naciones como ceros en la izquierda. En el momento en que los deportistas reciben las medallas se les vitorea como héroes nacionales. El triunfo se celebra con el despliegue de banderas y los excesos etílicos de no pocos seguidores nacionalistas. Toda esta euforia nacionalista no cambia la situación de las naciones que los deportistas con su esfuerzo sobrehumano llevan a la gloria: "La justicia enaltece a la nación, pero el pecado es el oprobio de los pueblos” (Proverbios 14: 34).


Charles De Gaulle distingue entre patriotismo y nacionalismo, al decir: “Patriotismo es amar a tu país, nacionalismo es odiar el de los otros”. Las ideologías nacionalistas justifican cualquier tipo de crímenes. Si la ideología ordenas ejecutar algún tipo de fechoría, deja de ser infracción. Esto es terrible y más cuando los jueces que tienen que impartir justicia si están controlados por alguna ideología no dictan sentencias justas.


Los nacionalismos excluyentes son fruto del pecado. Desde el inicio de la historia hasta el fin del tiempo siempre han existido “los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre” (Génesis 6: 4) que crean nacionalismos, sean de derechas o de izquierdas, no importa. Impiden que los pueblos vivan en paz. Ello se debe a que detrás de los nacionalismos excluyentes se encuentra Satanás, el príncipe de este mundo, que convierte a los “varones de renombre” en marionetas que mueve a su antojo, impidiendo que se alcance una paz duradera.


Si no se entiende la existencia de Satanás y de sus demonios no se puede comprender cómo no se consigue la paz a pesar de los muchos esfuerzos que se hacen para conseguirla. Esta es la razón por la que pueblos civilizados (¿cristianos?) sean tan vulnerables al veneno de la barbarie. “Los pueblos y el acero tienen un brillo superficial” (Antoine Riverd). Cuando los símbolos nacionales se convierten en dioses hace que los grandes ideales lleven a las personas a descansar en grandes cementerios.

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