Ya Arthur Schopenhauer y Marcuse trataron el asunto del pensamiento único, pero lo intelectualizaron excesivamente. La definición más real, por pedestre, fue la de Sarkozy: “No podemos decir nada en nuestro país sin que uno no sea inmediatamente acusado de segundas intenciones nauseabundas. Este es el pensamiento único intolerable”. Combinada tal definición con la afirmación de Margaret Thatcher de que “No hay alternativa”, tenemos el cuadro completo de nuestra realidad expresiva. Quienes son los amos del mundo, o casi, no pueden hablar.
Dueños de periódicos, de emisoras de radio, de canales de televisión, de empresas cinematográficas, de cátedras universitarias (privadas, por supuesto), habría que verlos haciendo equilibrios para poder decir la mitad de la mitad de la mitad de lo que quieren decir. Decía un sabio circunspecto que para tartamudear más valía mudear. Quizás tenía razón. Porque encima ese hablar con hipo es considerado nauseabundo por impertinente y molesto. La cuestión es que el fenómeno dialéctico ha ido encogiendo progresivamente sin que ningún libre se altere. Dentro de nuestra época, que podríamos establecer a partir de 1945, la dicotomía se ha ido reduciendo a su mitad. Nos explicamos. Antes la tesis era el capitalismo y la antítesis el socialismo. Este proceso, en vez de dar un salto sintético hacia adelante, lo dio hacia atrás: la tesis fue el capitalismo y la antítesis una socialdemocracia que ya en Bad Godesberg había renunciado a su mitad (más, en realidad). Pero no fue suficiente: la tesis, capitalismo sólo aceptó un socioliberalismo muy licuado. Hoy la tesis es el capitalismo del partido demócrata de los EEUU (en cierto sentido considerado por algunos optimistas como socialdemócrata o progresista) y la antítesis el capitalismo de una parte –sólo-- del partido republicano y las extremas derechas que giran o no a su alrededor. No nos atrevemos a afirmar globalismo frente aislacionismo. ¿Y quiénes son los heraldos de la última buena nueva? Pues Clinton, Obama, Biden y ahora Kamala Harris. ¿Son realmente socialdemócratas, o progresistas si se prefiere? Según se mire: si hablamos de diversidad sexual, fronteras abiertas, aborto, llevar minifalda y cosas por el estilo, sí. Si hablamos de política exterior, de globalismo, de belicismo, de finacierismo, (lo del soberanismo no lo tenemos claro: dudamos que ellos renuncien a EEUU), no. Corregimos, más bien, no. Sin entrar en detalle, para evitar nauseas sarkozianas, de Clinton se puede decir que promovió la economía especulativa sobre la real (recuérdese la modificación de la Ley Glass-Steagall), deslocalizó la empresa norteamericana, causando millones de desempleados en el país, y en contra de lo que aconsejaban los diplomáticos más expertos (Brzezinki, por ejemplo, un demócrata duro), acercó la OTAN a las fronteras del pivote del mundo, pretendiendo que se hiciera o haga lo mismo con los países que quedan. Todo esto envuelto en el asunto eje del momento: globalismo sí o no. De Obama sólo diremos que fue la antítesis de su premio Nobel de la Paz, aparte de que, si ahora se predican puertas abiertas, el expulsó a más de tres millones de indocumentados, Más que nadie hasta ahora. . De Biden que no ha querido solucionar lo de Gaza ni lo de Ucrania, asuntos muy graves y con consecuencias imprevisibles en ambas áreas geográficas. A no ser que las razones de Kennedy (JFK) respecto a los misiles en Cuba no fueran ciertas. A su favor lo de Assange (ya tan interesadamente olvidado). El asunto de la paz lamentablemente está olvidado por los considerados progresistas y sus camaradas socialdemócratas. Y estos importantes asuntos, ¿están sometidos a un proceso dialéctico, no ya entre los países contendientes, sino dentro de los propios países? No. Aunque se haya olvidado el término de pensamiento único es el que se práctica. Ahora quizás más que antes de las nauseas zarkosianas. ¿Hay un panorama mejor en la UE? No, sino peor. Al menos los EEUU mal que bien marcan entre ellos su política; pero grave es que marquen la europea contra nuestros propios intereses y sin que haya reacción defensiva alguna. La política de Europa la ha llevado al aislamiento, a la desenergización, al desabastecimiento militar, a más gasto militar contra gasto social, a la desindustrialización, a la deslocalización (ley Biden para atracción de capitales allí) y a conflictos innecesarios. ¿Algo que objetar? No, en cuanto no hay alternativa y es nauseabundo que se piense que, en contra de lo que cree Borrell sobre la exclusividad de las soluciones militares, se pueden negociar las paces, la detención de las masacres y la evitación de golpes militares que intenten colapsar las rutas comerciales. No hay más que un pensamiento único verdadero y en el mundo no hay fuerzas “alternativas” que puedan demostrar, para nuestra desgracia, lo contrario.
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