Algo debe de tener la serpiente, por arrastrada, sigilosa o amenazante, para servir de icono en mil representaciones históricas, en las cuales fue utilizada reiteradamente. Desde sus menciones bíblicas a las experiencias mesoamericanas o en multitud de evocaciones literarias, sirvió de imagen ilustrativa. Los olmecas, con la serpiente emplumada establecieron su relación de creyentes con la divinidad. Más tarde predominan los aires serpenteantes en enfoques literarios. Al hilo de la modernidad, las actitudes lo trituran todo, desvanecen las ATRIBUCIONES de cualquier entidad, despluman a la serpiente totémica y nos introducen en ambientes vaporosos e insustanciales al menor descuido.
A las palabras las vestimos con atributos y las sometemos después al pillaje de manosearlas con ímpetu. No sólo a través de la diversificación, las estiramos hasta lo impensable en sus significados; de tanto alargarlas las convertimos en auténticas serpientes sibilinas, arrastradas por los ambientes maleados. Agarrados al símil de los olmecas, hemos configurado estos elementos en forma de palabras SERPENTEANTES, para disponer de instrumentos adaptables. Eso no equivale a saber lo que estamos transmitiendo con ellas, de tanto estirarlas se han convertido en instrumentos equívocos y como consecuencia, muy manejables por los demagogos manipuladores en distintas aplicaciones.
El engranaje de las sucesivas palabras no tiene retroceso. Una vez emitidas, ya no se pueden guardar, sus efectos están lanzados, inician la forja de una trama de contenidos heterogéneos, cuya evolución es un tanto imprevisible por el encadenamiento con las nuevas intervenciones. Se genera una matriz, que adquiere una autonomía progresiva y se independiza de los emisores iniciales; de alguna manera, prevalece la urdimbre originada sobre los núcleos pretendidamente fundantes. En los lenguajes SOBREVUELA una potente nube cargada de sentidos inaprensibles. Las polémicas surgen porque se pueden usar esos sentidos, sin poder apropiarse de ellos, al servicio de ciertas aplicaciones.
En casi todas las cosas de la vida topamos con aspectos inabarcables, bien por desconocimiento o por no disponer de la serie de conexiones relacionadas con los eventos experimentados a diario. No iba a ser menos la serpenteante evolución de las palabras involucradas en tales circunstancias. Al añadir el sobrevuelo de esa aureola comentada en el párrafo anterior, se incrementan los distanciamientos. Con la mención de las numerosas incógnitas, el extenso panorama se vuelve atosigante. Pues bien, frente a toda esa parafernalia comunicativa, vivimos INSTANTES peculiares condicionados por muchos resortes. Las palabras pasan a formar parte de una realidad distinta, separamos con frecuencia las vivencias de las palabras.
El mero hecho de hacer acopio de palabras sirve de poco, porque quizá ni se entre en ningún asunto; la palabrería en sí, deshilachada, no procura fundamentos. En las referencias a determinadas personas o hechos, la suma de descripciones o valoraciones aporta datos, aunque a todas luces resultan insuficientes para conseguir una comprensión relevante. No hemos de perder de vista esa limitación, se trata sólo de un ACERCAMIENTO, con su carácter de parcialidad, no pocas veces dirigido únicamente a un sector del asunto o peculiaridades de la persona elegidos. No podemos vestir a las palabras con ropajes excesivos porque serían irreales. El entendimiento circula por otros derroteros de la mente. Hemos de asumir esa responsabilidad.
Queda patente la enorme sima situada entre el mundo y el lenguaje, hasta el punto de inquietarnos con el interrogante de si al hablar rozamos lo esencial de la comunicación o no. La simplicidad expresiva del lenguaje espontáneo se convierte en un monólogo, que puede ser incontinente; sin resolver el dilema de la enorme complejidad a la hora de contactar con las realidades. Apenas se avizoran los encuentros, con un notable sentimiento de DESAMPARO, porque no hallamos recursos donde agarrarse. Si acaso, construimos algunos de esos agarraderos circunstanciales a base de acuerdos convencionales, agrupando las perspectivas de los diversos intervinientes; es cuando funcionamos con cierto decoro.
Sin embargo, contribuimos con excesiva frivolidad al deterioro de las palabras, porque malversamos sus significados a través de unos usos cargados de veleidades y caprichos. Al hacerlo, desintegramos aquellos agarraderos citados. Con el descuido, ponemos trabas a los discursos mentales, tan ligados y dependientes de la esfera de los lenguajes. Vengo a resumirlos en el siguiente soneto:
DESPLUMANDO PALABRAS
La palabra tiene un formato escueto. Si nos empeñamos en estirarla Serpentea con su negra pupila, Forjando su certero parapeto.
Si presume de su trazado esbelto, La disfrazan hasta la misma médula, Pergeñando la insospechada fábula, Con desprecio de su fiel contenido.
Con ínfulas de usar palabras largas, Mezclamos intereses y sonidos, Atribulados por las artimañas.
Con aires fatuos penamos angustias, Porque en la maraña estamos incluidos; Sin rebelarnos anta las patrañas.
Desde las profundidades del subconsciente a las fantasías fogosas, repercuten en el tratamiento habitual de las comunicaciones humanas. Avizoramos en los encuentros unas áreas inconscientes junto a las manifestadas, con ese aditamento de la aureola que supera a las propias expresiones. Pero solemos silenciar a las que denomino intervenciones PROVOCATIVAS, porque tienden a malear la franqueza de los pronunciamientos, y con ello se introduce una serie importante de complicidades, en un asedio sibilino a la autenticidad espontánea.
La inquietud existencial deriva en las actuaciones diarias de cada sujeto, entre los deseos y la imposibilidad de llevarlos a cabo; las necesidades están sometidas a esos forzamientos. Queda por ver si en vez de desplumar a las palabras y con ello alterar sensiblemente los comportamientos, mantenemos una capacidad suficiente para adentrarnos en el fascinante HALLAZGO de ese halo que nos sobrevuela como personas, para encontrarnos con el empeño común de comprendernos mejor. ¡Ah, pequeño detalle!, para eso precisamos de un buen lenguaje.
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