Es Arcadi un tipo peculiar. Uno puede ser «peculiar» por múltiples razones, y no todas virtuosas. Sin ir más lejos, Ghandi era un personaje peculiar, por una cosa y por la contraria: luchó con denuedo por la libertad de su Pueblo, al tiempo que simpatizaba por los regímenes totalitarios de la época, especialmente el nazi. Precisamente Hitler era también peculiar en ciertos sentidos, pues ha pasado a la historia como sangriento genocida, mientras mostraba una consideración sin dobleces con los animales, al punto de que el III Reich acaso haya sido el régimen más proteccionista de los tiempos modernos. ¿Son dichos comportamientos moralmente contradictorios? Entiendo que bastante menos que lo que aparentan.
Pero volvamos a Arcadi, el protagonista del presente artículo. El muchacho la ha vuelto a liar en las redes por afirmar que “las mascotas deberían ser exterminadas”. Como suena. Eso sí, falta por saber si este hombre conoce la etimología del término «mascota», porque de ser así quizá debería reformular su negro deseo. O no.
Aduce para su contundente propuesta que los perros “son unas horribles bestias tanto en el campo como por la ciudad, un peligro para los amantes del paseo, como es mi caso”. No aclara qué consecuencias personales ha tenido para él cruzarse con canes por bosques y avenidas, pues se le aprecian brazos y piernas en su número correspondiente, y la cara exenta de feroces mordeduras. De acuerdo que en un momento dado pueda asustarte el mastín leonés que no esperabas al doblar la esquina o al salir a un camino rural. Pero lo mismo asusta un corredor en semejante circunstancia, y no por ello vamos a acabar con los runner en general, digo yo. O mismamente unos niños jugando con la pelota, pudiendo estampártela en plena jeta, esa que Arcadi exhibe impoluta de cicatrices caninas.
Pero ya antes dejó claro Arcadi su odio hacia nuestros amigos (¿no actúa la Fiscalía en casos tan evidentes?, con aquello de que “un parque sin perros es un lugar descontaminado”. Bueno, es tu opinión. La mía es que un parque con perros y dueños educados jugando es la alegría de la huerta, un impagable espectáculo de felicidad, y que si de descontaminar se trata, lo suyo sería prohibir la entrada a personas resentidas, avinagradas, auténticos bidones de bilis. Para gustos están los colores y los parques.
Bueno, quizá el ejemplo de los chavales no sea demasiado apropiado en este contexto, porque, en efecto, hablamos del mismo ser humano que criticó hace no tanto a los padres sabedores de un Síndrome de Down en su hijo nonato, por permitir con su nacimiento la consiguiente carga de recursos públicos una vez venido al mundo. Valoren ustedes mismos, que a mí me da el llanto. Arcadi representa un diáfano ejemplo de cómo puede llegarse tan bajo sin haber llegado antes demasiado alto, o incluso habiendo llegado, pues aplicaremos también aquí el beneficio de la duda. Me refiero a ese tipo de ciudadano que por edad y currículo tiene la vida arreglada y el ego bien alimentado por los medios que le pagan. Es este un perfil que va empeorando con la edad, pues cumplir años supone acortar lo que resta de vida, que aquí no hay más cera que la que arde. Y en ciertas mentes debe de ser bastante irritante comprobar que cada vez queda menos para el final, y que por tanto hay que apurar la máquina de idioteces, que por muy criminales que se muestren van a ser aireadas y retribuidas por tus amiguitos del periódico, de la emisora de radio o de la cadena televisiva. También por la editorial correspondiente, que publicará lo que le presentes, sea un texto excelso o una mierda pinchada en un palo. Creo saber de qué hablo.
En ocasiones los nombres no son casuales, y pudiera ser el caso, porque Arcadi se parece demasiado a «arcada», mensaje subliminal donde los haya.
¿Qué hacemos con tipos como Arcadi: los dejamos que disfruten su etapa final, o los «exterminamos» (ya se verá cómo)? Este hombre merece desde luego una hostia bien dada, aquella que probablemente no le dieron a tiempo ni sus padres ni sus profesores cuando aún estaban a tiempo. Pero no hay que desesperar, porque el monte y la ciudad está lleno de buena gente, que en un arrebato ético te deja sin dientes para una buena temporada. Y de perros que, aprovechando la ocasión, te pegan un buen mordisco no escribo dónde. Vas a saber entonces lo que es de verdad ese «peligro canino» que tanto te asusta sin haber probado dentellada peluda.
Lo vamos viendo…
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