Antes de comenzar hay que hacer una aclaración: la terminología utilizada puede parecer imprecisa, incluso errónea. ¿Por qué? Simplemente porque las cosas son así, imprecisas: no tenemos la culpa de que los nombres de los partidos no se correspondan con sus actuaciones ni los nombres de las actuaciones con sus contenidos. Y no estamos hablando de estrategias, que pueden ser objetivos remotos, sino de tácticas a corto y medio plazo.
Evidentes son los casos de las socialdemocracias europeas que, congreso a congreso, han diluido sus objetivos históricos en lo que es, más que en lo que debe ser, hasta el extremo de olvidar por qué y para qué surgieron. Cójanse secciones históricas de prensa socialista y obrera y se comprobará el cambio. ¿Que los tiempos cambian? No tanto: el problema de que los menos lo tienen todo subsiste.
Lo mismo se puede decir de las derechas, en nuestro caso principalmente los populares, que no parece sean la expresión firme de un proyecto nacionalista (patriótico, si se quiere: sí no sus silencios sobre Gibraltar, el Sáhara, Marruecos, las políticas de la UE respecto a España…) y cristiano (humanismo cristiano, dice su programa).
No obstante, hay que reconocer que están más próximos a su filosofía y que además defienden sus raíces históricas más lealmente. ¿Meritorio? No. Simplemente representan un proyecto más fácil de atender: no hay que olvidar que ellos son esencialmente conservadores. Es más fácil sostener una plaza que tomarla (al respecto: si se piensa que nunca se podrá lograr el objetivo, lo honrado sería cambiar de nombre y de programa, con lo cual se adquiriría libertad y coherencia).
Cuando decimos que protegen sus esencias nos referimos a que hasta ahora se han negado a hacer una crítica profunda del franquismo, origen de su proyecto. Recordemos que su reconversión democrática comenzó con Alianza Popular, fundada en 1976 por “siete magníficos” provenientes todos del anterior régimen: Fraga, Licinio de la Fuente, Silva Muñoz, Fernández de la Mora, López Rodo, Martínez Esteruelas y Thomas de Carranza (nada menos que director de Radio Nacional de España, entre otras cosas; la esencia de las ideas y de la propaganda del régimen). Transformación que después sufrió un nuevo cambio de piel, convirtiéndose en 1986 en Partido Popular e inicialmente dirigido por Fraga (¿pueden cambiar las cosas si no cambian las personas?).
¿Asombrados?
Y después de la aparente digresión, ¿cuál es el objeto de este trabajo? El asombro que muestra la mayoría de los analistas políticos por el ascenso de la ultraderecha, lo que, dada su información privilegiada resulta sorprendente. ¿Qué esperaba? Demonizada la izquierda que sí desea(ba) trasformar el sistema ¿en dónde pensaba depositarían su malestar muchos de los ciudadanos que al final se sintieron defraudados por la transición?
Consciente o inconscientemente, muchos electores han detectado finalmente que el mitificado consenso no lleva sino al mismo lugar (o peor, en cuanto que como potencia hemos pasado del octavo lugar al decimosexto, y se están desarrollando políticas que conscientemente nos quieren convertir en un país de servicios a costa de los sectores industrial y agrícola que restan: humo que el menor vendaval puede desaparecer).
Cambio de época
Cuando las cosas iban aparentemente bien, valía. Pero en 2022 fue evidente que el lento e insensible declive de la UE comenzaba a acelerarse preocupantemente. Y lo que es peor: que se defendía un sistema en el cual los ciudadanos, las naciones, la economía real, los derechos sociales, la paz; en resumen, los intereses propios, eran lo último que se atendía; si es que no se los perjudicaba directamente. La experiencia en 2012 de Sáenz de Santamaría en Chantilly, Virginia (EEUU) sobre eurobonos o rescate fue un antecedente ilustrativo (https://www.abc.es/economia/abci-eurobonos-podrian-salvar-espana-201206050000_noticia.html). Menudo rapapolvo recibió la viceministra por intentar impedir que España fuera pasto de la deuda. El último informe de Oxfam es bastante preocupante. ¿A nadie le sorprende que a estas alturas haya anuncios en la televisión solicitando ayudas para que determinado sector infantil desayune?
Metida en la cabeza la idea de que la izquierda más neta es el demonio a combatir, tal como hemos dicho; comprobado que la suma de ambos centros mayoritarios no les protegen, ni siquiera de la guerra; sufriendo una carrera salarial e inflacionista en la que esta gana por varios cuerpos, y en la cual todo lo que habían obtenido durante décadas de sacrificio se va al traste, ¿a quién recurrir que no fuera esa izquierda demonizada?
Ultraderecha y ultraderecha ¿cuál?
Por otra parte, ¿se conocen los contenidos de esa ultraderecha que se menciona (y no se describe) en la prensa oficializada? Porque aquí hay trampa. No es cierto que se ataque a la ultraderecha; los ultranacionalistas ucranianos son ensalzados y protegidos, y las medidas políticas ultraderechistas que toman en su país no reciben publicidad. Se ataca a cierta ultraderecha cuya característica principal es que antepone un enfoque nacional a los designios de la aldea global materializada en la UE, la cual no parece sepa ciertamente a dónde va, incluida la decisión de provocar una guerra nuclear sin previas negociaciones realistas. No olvidemos los sinsentido de la neonata diplomacia europea.
Resolución, como poco, imprudente
La cuestión es que si las cosas no iban bien, nuestros políticos se han empeñado en complicarla. El otro día el Parlamento Europeo aprobó una resolución por la que pedía “a los Estados miembros que levanten inmediatamente las restricciones al uso de sistemas de armamento occidentales suministrados a Ucrania contra objetivos militares legítimos en territorio ruso que obstaculizan la capacidad de Ucrania para ejercer plenamente su derecho a la autodefensa en virtud del derecho internacional público y dejan a Ucrania vulnerable a ataques contra su población e infraestructuras”.
Aparte de que esta no es su competencia, sino la de cada uno de los estados, ¿representa verdaderamente el sentir de los ciudadanos de la UE? Recordemos el alto índice de abstención electoral en las europeas, sobre todo en los países del Este, que estuvo entre un 60 y un 70 por ciento. ¿No es esto ir más lejos que los propios EEUU, si es que no están detrás, creyendo que seguirán siendo una isla?
Por el contrario, parte de esa ultraderecha tan demonizada (insistimos: no cuando es nacionalsocialista) se opone a tales aventuras que pueden terminar en un conflicto nuclear, es decir, en el fin de todo (lo que sorprendentemente se obvia). Ahí tenemos por ejemplo a Italia, donde tanto su primera ministra como su ministro de exteriores — declarados neofascistas cuando conviene --se han opuesto a la opción europarlamentaria: “Italia no ha autorizado el uso de material militar italiano fuera de Ucrania”, ha afirmado el segundo.
Es decir, que los centros, principalmente el “Partido Popular Europeo”, más “Socialismo y Democracia”, optan por la posibilidad de una guerra, mientras que la “violenta” ultraderecha –-recuérdese también a Hungría—pide cautela. También es importante decir que hay una izquierda europea, en la que está España, que se ha opuesto a semejante locura.
Más que un problema táctico
Y no es sólo un problema táctico el que se plantea, sino también conceptual. Se están enrevesando tanto las cosas que es imposible definir ciertamente a cada fuerza o sector. Ya no hay principios uniformizadores dentro y entre los partidos. Así, ¿cómo pedir coherencia?
Pero la cosa va a más: el problema moral. La ultraderecha es o puede ser un peligro más, no lo negamos, y puede derivar en cualquier cosa. Pero, moralmente hablando, ese centro de la UE, incoloro, inodoro, insípido para la mayoría de las cosas que sí interesan, ¿puede hacer reproches por inmoralidad cuando, planteado en la ONU el fin de la ocupación de Palestina por Israel, se abstiene, salvo España, Francia, Noruega e Irlanda?
¿Qué moral es esta que ignora a un pueblo que lo único que reclama es que se cumplan todos los tratados, acuerdos, promesas, escritas, verbales, justificadísimas, frente a un Estado que no ha cumplido ni una sola de sus obligaciones, sino todo lo contrario, las cuales son las únicas que pueden justificar su existencia? ¿Por qué para unas cosas guerra y para otras silencio?
¿Ficción distractora?
Por eso, cuando ponemos la cuestión de las ultraderechas en un primer plano, estamos estableciendo una ficción distractora. El truco del trilero aquí es el de obviar la causa que las genera, es decir, los sistemas que se están destruyendo y construyendo a la vez. La ultraderecha no desparecerá por mucho que se la demonice. El papel asignado a la UE no es finalista, sino instrumental. No se quiere una UE para sí, sino como ariete bélico, a costa de lo que sea. Y los pueblos sin opciones no atienden siempre a las consecuencias. ¿Quién promocionó al nacionalsocialismo alemán (dejémonos de nombres propios singularizantes) en su tiempo? Pues los pusilánimes, los que querían jugar con dos barajas (recuérdese el Pacto de Munich, en 1938) y ganar sin esfuerzo. Los que llevaban siglos enfrentado a unos contra otros y prosperando a su costa. ¿Caeremos de nuevo en sus manos?
¿Y qué dice nuestra ultraderecha? Nada contra ese sistema que debilita a las naciones; pero sí contra el reconocimiento de Palestina como estado. Para Jorge Buxadé (VOX) el reconocimiento de Palestina supone “una sumisión a un grupo terrorista”. Por cierto ¿es Netanyahu de ultraderecha? Típico de los tiempos: poner los efectos delante de las causas. Y por supuesto, con una absoluta ignorancia histórica. Pero, ¡vive Dios!, como decían los cruzados, ¿no es esta la opción de la UE -4?
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